“Un escriba se acercó a Jesús y le preguntó: “¿Qué mandamiento era el primero de todos?” Respondió Jesús: “El primero es: “Escucha, Israel, el Señor nuestro Dios, es el único Señor; amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con tuda tu alma, con toda tu mente, con todo tu ser”. El segundo es este: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo”. No hay mandamiento mayor que estos”. (Mc 12,28-34)
No hay primero sin segundo.
Al menos cuando se trata de amor.
A Jesús se le pregunta por el primero de los mandamientos.
Y Jesús responde por el primero.
Pero le añade el segundo.
La vida cristiana necesita de dos remos.
Es como esas baquita nuestros ríos de la amazonía o del mar.
Para caminar hacia la dirección que queremos necesita de dos remos.
Con un solo remo, en vez de avanzar, lo único que hace es dar vueltas sobre sí misma.
Los dos remos de las pequeñas barcas que somos cada uno de nosotros son:
El amo a Dios.
Y el amor al prójimo.
Mateo será más explícito y dirá:
El amor a Dios es “el mayor y el primer mandamiento”.
El “segundo es semejante a éste”. “Amarás a tu prójimo como a ti mismo”.
“De estos dos mandamientos penden toda la ley y los profetas”. (Mt 22,37-40)
La Encíclica “Dios es caridad” Nos dice:
“Amor a Dios y amor al prójimo se funden entre sí: en el más humilde encontramos a Jesús mismo y en Jesús encontramos a Dios”. (n.15)
Y antes citando el amor de Dios, nos dice, “estas palabras expresan con claridad meridiana el corazón de la fe cristiana: la imagen cristiana de Dios y también la consiguiente imagen del hombre y de su camino”. (n 1)
“El amor de Dios por nosotros es una cuestión fundamental para la vida y plantea preguntas decisivas sobre quién es Dios y quienes somos nosotros”. (n 2)
¿Quieres saber quién es Dios?
Déjate de amar y ámale.
¿Quieres saber quién es el hombre?
Ámale.
Con frecuencia buscamos caminos para vivir como cristianos.
Y Jesús nos propone un solo camino:
“amar a Dios y al prójimo”.
No basta decir que “amamos a Dios”.
Para ser cristiano necesitamos “amar al prójimo”.
Y prójimo es aquel que “está cerca y me necesita”.
El cristianismos es la religión del amor.
Nosotros lo hemos convertido en la religión del culto.
Sería esto verdad si consideramos que el mejor culto a Dios es el amor al prójimo.
Pablo será bien explícito:
“Si no tengo amor nada soy”.
Podemos ir a Misa, pero si no amamos, no somos nada.
Podemos hacer grandes penitencias, pero si no tenemos amor, no somos nada.
Podemos incluso hacer milagros, pero si no tenemos amor, no somos nada.
El mundo que quiere Jesús es un mundo de amor.
La Iglesia que quiere Jesús es una Iglesia de amor.
El cristiano que quiere Jesús es un cristiano de amor.
El Sacerdote que quiere Jesús es un sacerdote de amor.
El Religioso que quiere Jesús es un religioso de amor.
Los esposos que quiere Jesús son esposos de amor.
Los hijos que quiere Jesús son hijos de amor.
Si no tenemos amor no somos nada.
Por más que cumplamos con todas las leyes de la Iglesia.
Por más que cumplamos con todas las observancias de la vida consagrada.
Si no amamos “no somos nada” porque no nos parecemos en nada a Jesús y a Dios.
No nos hagamos ilusiones: Dios nos examinará solo de una cosa: “¿hemos amado?”
Clemente Sobrado C. P.
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