Sois luz del mundo y sal de la tierra









En el evangelio de hoy, Jesús nos invita a ser luz, sal y ciudad fortificada. La luz ilumina, la sal da sabor y la ciudad (al menos en los tiempos de Jesús) era un lugar de paz y seguridad, protegida por las murallas.



Si lo pensamos bien, la verdadera luz del mundo es Jesús. Él vence la oscuridad de la ignorancia y del pecado con sus enseñanzas. Él es también la sal que da sabor y sentido a nuestras vidas, también en los momentos de sufrimiento. Él es la ciudad en la que nos sentimos protegidos y en paz.


Lo que nos está pidiendo es que nos parezcamos a Él, que nos revistamos de sus sentimientos, que amemos con el amor con que Él nos ama, que perdonemos con el perdón con que Él nos perdona, que compartamos con los demás las bendiciones que recibimos de Él.


Es lo que también nos pedía Isaías en la primera lectura, cuando nos invitaba a compartir el pan, la casa y el vestido con los necesitados, cuando nos invitaba a ser acogedores y generoso: "Entonces brillará tu luz", añadía el profeta. ¿Estoy dispuesto a compartir lo mío con los demás para convertirme en luz, sal y ciudad acogedora?
22:34

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