(Cfr. www.almudi.org)
«Entró en Jericó y atravesaba la ciudad. Había un hombre llamado Zaqueo, que era jefe de publicanos y rico. Intentaba ver a Jesús para conocerle, pero no podía a causa de la muchedumbre, porque era pequeño de estatura. Y, adelantándose corriendo, subió a un sicómoro (una higuera), para verle, porque iba a pasar por allí. Cuando Jesús llegó al lugar, levantando la vista, le dijo: «Zaqueo, baja pronto, porque conviene que hoy me quede en tu casa». Bajó rápido y lo recibió con gozo. Al ver esto, todos murmuraban diciendo que había entrado a hospedarse en casa de un pecador. Pero Zaqueo, de pie, dijo al Señor: «Señor, doy la mitad de mis bienes a los pobres y si he defraudado en algo a alguien le devuelvo cuatro veces mas». Jesús le dijo: «Hoy a llegado la salvación a esta casa, pues también éste es hijo de Abraham; porque el Hijo del Hombre ha venido a buscar y salvar lo que estaba perdido». (Lucas 19, 1-10)
1º. Jesús, una muchedumbre te rodea al entrar en la ciudad de Jericó.
No es para menos, pues acabas de curar a un ciego que muchos debían conocer, y ahora te sigue, alabando a Dios (Cfr. Lucas 18,43: Evangelio de ayer).
¿Qué otros prodigios ibas a realizar?
No se habían visto cosas tan espectaculares desde los tiempos de los grandes profetas, pensarían muchos de los que se agolpaban a tu alrededor.
Tú, sin embargo, a ninguno de éstos diriges tu atención.
Mientras, ha llegado la noticia del milagro a Zaqueo, «jefe de publicanos y rico».
Zaqueo no se lanza a la calle a ver al profeta.
Se queda unos momentos pensando y confuso: ¿quién soy yo para ver a Jesús?
Mi corazón está manchado de injusticia y avaricia.
Si sólo pudiera hablarle un instante y pedirle perdón...
Y sale a la calle.
Jesús, está a punto de pasar, pero es tal la muchedumbre que es imposible ver nada.
«Y, adelantándose corriendo, subió a un sicómoro para verle.»
Zaqueo no se queda parado ante las dificultades, ni le importa hacer algo poco propio de una persona de su posición social: correr y subirse a un árbol para ver al Maestro.
Jesús, Tú que conoces el interior de las almas no te haces esperar; y una vez más, pagas con creces insospechadas la generosidad del corazón humano: él buscaba verte, y Tú vas a hospedarte en su casa. Zaqueo «bajó rápido y lo recibió con» gozo.
2º. «No puede ser de otra manera. Si acudimos continuamente a ponernos en la presencia del Señor, se acrecentará nuestra confianza, al comprobar que su Amor y su llamada permanecen actuales: Dios no se cansa de amarnos. La esperanza nos demuestra que, sin Él, no logramos realizar ni el más pequeño deber; y con El, con su gracia, cicatrizarán nuestras heridas; nos revestiremos con su fortaleza para resistir los ataques del enemigo, y mejoraremos. En resumen: la conciencia de que estamos hechos de barro de botijo nos ha de servir, sobre todo, para afirmar nuestra esperanza en Cristo Jesús» (Amigos de Dios.-215).
Jesús, tu presencia remueve a Zaqueo y le lleva a la conversión.
«Hoy ha llegado la salvación a esta casa».
Todo empezó por aquel deseo de conocerte que le llevó a poner los medios que hiciera falta para verte pasar.
Señor, yo también necesito que vengas a mi casa: a mi vida, a mi alma.
Tengo tantas heridas que necesitan cicatrizar, tantas flaquezas que necesitan de tu fortaleza divina, tantos egoísmos que me impiden ser feliz.
A veces pienso que no puedo...
«¡No desesperéis nunca! Os lo diré en todos mis discursos, en todas mis conversaciones; y si me hacéis caso, sanaréis. Nuestra salvación tiene dos enemigos mortales: la presunción cuando las cosas van bien y la desesperación después de la caída; este segundo es con mucho el más terrible» (San Juan Crisóstomo).
Jesús, que la conciencia de mi poquedad y mi fragilidad no me lleve a la desconfianza ni a la desesperación.
La conciencia de que estamos hechos de barro de botijo nos ha de servir, sobre todo, para afirmar nuestra esperanza en Cristo Jesús.
Y si alguna vez me rompo en mil pedazos, que siempre sepa volver a Ti, especialmente a través del Sacramento de la Penitencia, dándome cuenta de que «el Hijo del Hombre ha venido a buscar y salvar lo que estaba perdido.»
Esta meditación está tomada de: “Una cita con Dios” de Pablo Cardona. Tiempo ordinario. Ediciones Universidad de Navarra. S. A. Pamplona.
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