Hoy he celebrado la misa de 11:00 y la de las 13:00 en una localidad de mi diócesis. Me gusta mucho en esta iglesia que el presbiterio está muy elevado. Los altares altos dan mucha solemnidad a la celebración, se resalta mucho el carácter sacrificial.
No pienso que todas las misas tengan que resaltar ese aspecto en todas partes. Me gustan mucho también las misas en lugares sencillos que dan la impresión de que es un grupo de cristianos en torno a San Pablo, todo impregnado de sencillez. Me gustan las dos formas.
Pero en los últimos años se ha perseguido la estética sacrificial. Todo tenía que ser sólo de un modo. Por eso me alegra encontrar lugares que decididamente rompen con esa línea única.
Pero si en mi mano estuviera, yo jamás eliminaría uno de esos dos modos de celebrar la misa. A veces me gusta sentirme como San Pablo celebrando rodeado de hermanos que me recuerdan a los primeros cristianos. Y otras veces me gusta sentirme como el Padre Pío ante la Cruz.
En un modo de misa, es mejor que el altar esté bajo. En el otro, es preferible un altar alto, como si uno estuviera en el Calvario. Última Cena y Sacrificio, no tengo que elegir uno sólo de ellos. Indica toda una mentalidad querer que uno de los dos modos desaparezca. No todo el monte es orégano. No sólo de pontificales vive la Iglesia. Pero, por otro lado, que murga nos dan los luteros y los calvinos con su iconoclastia litúrgica.
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