Disgustos




Los curas algunas veces recibimos disgustos que no podemos comentar con nadie, sólo con Dios.




Es verdad que hay muchas más alegrías de las que tampoco sería discreto hablar, pero éstas no ensombrecen el alma; la iluminan y ayudan a seguir trabajando.




Hoy he recibido un disgusto serio, pero tengo un consuelo: saber que, después de tantos años de sacerdote, el Señor no ha permitido que el corazón se me atrinchere para dejar de sufrir.




El corazón del cura no se convierte en piedra, gracias a Dios.




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