“Había en la sinagoga un hombre que tenía un demonio inmundo, y se puso a gritar a voces: “¿Qué quieres de nosotros, Jesús Nazareno? ¿Has venido a acabar con nosotros? Sé quien eres: el Santo de Dios. Jesús le intimó: “¡Cierra la boca y sal!” El demonio tiró al hombre por tierra en medio la gente, pero salió si hacerle daño”. (Lc 4,31-37)
Bueno, perdonen ustedes, pero a mí nunca me ha preocupado mucho del “diablo con cuernos”.
Pero sí me han preocupado esos “demonitos” camuflados que todos llevamos dentro.
Al “cornudo” le culpamos de demasiadas cosas en las que él es inocente.
Porque esos pequeños demonios que todos llevamos dentro, no tienen cuernos.
Leo a Pablo en la Carta a los Gálatas y me encuentro con infinidad:
“Fornicación, impureza, libertinaje, idolatría, hechicería, odios, discordia, celos, iras, rencillas, divisiones, envidias, embriagueces, orgías” (Ga 519-20) que si mal no he contado son catorce.
Y si escucho a Jesús, la cosa no mejora mucha, cuando me dice que:
“Porque de dentro del corazón salen las malas intenciones, asesinatos, adulterios, fornicaciones, robos, falsos testimonios, injurias”. (Mt 15,19) ¿Han contado? Yo cuento siete.
No me digan que los demonios están en el infierno.
Porque cuando miro mi corazón encuentro un montón de demonios sueltos.
Este de la sinagoga dice que tenía “un demonio inmundo”.
¿Uno solo?
¿Se dan cuenta de los que llevamos nosotros dentro?
Y estoy seguro que a Jesús se le ha pasado alguno.
¿Y se han dado cuenta de lo bravos que son estos pequeños demonios?
¿Y lo que nos cuesta sacarlos del corazón?
Porque ¿alguien me puede decir con sinceridad que no lleva un montón de estos pequeños demonios dentro de su corazón?
Por eso necesitamos de un Jesús que le pegue un grito a todos, y los mande salir afuera.
Y esto, por más que sea sábado o domingo.
Y no esperen liberarse tan fácilmente ellos.
¡Que los tipos se resisten!
Fíjense lo que dice el texto:
“El demonio tiró al hombre por tierra en medio de la gente, pero salió sin hacerle daño”.
Cada uno llevamos nuestra experiencia personal de lo difícil que es liberarnos de todos y de cada uno de ellos.
¿A caso es fácil liberarnos de nuestros odios, nuestras enemistades, nuestras rencillas, divisiones y envidias?
Y claro, no me quiero meter con ese demonio de los malos deseos y adulterios y falsos testimonios.
La única ventaja que tenemos es que:
Jesús es más que todos nuestros demonios inmundos.
Jesús es más que todos esos malos fondos y deseos y sentimientos.
Pero no lo hará sin que antes:
Tengamos que sufrir.
Tengamos que luchar.
Tengamos que resistirles.
Tengamos que darles cara.
La conversión del corazón es maravillosa.
Porque nos regala un corazón nuevo.
Porque nos recrea por dentro.
Pero decir sí al cambio del corazón no siempre lo aceptamos con facilidad.
Y sin embargo:
Jesús nos quiere regalar ese corazón puro.
Jesús nos quiere regalar esa libertad interior.
Jesús nos quiere regalar un modo de ser diferente.
Jesús nos quiere regalar un corazón limpio.
Jesús nos quiere regalar un corazón libre.
Señor: aunque sea sábado y muchos se escandalicen libera mi corazón.
Señor: aunque sea domingo y muchos no lo crean, hazme libre de estas ataduras.
Señor: que la fuerza de tu gracia suene dentro de mí ordenando que mis pequeños demonios inmundos salgan fuera.
No me importa si me tira en tierra. No podrán hacerme mal.
Y yo quedaré renovado por dentro como hombre nuevo.
Clemente Sobrado C. P.
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