Homilía Domingo 14º t.o. (C)

(Cfr. www.almudi.org)






(Is 66,6-14c) "Festejad a Jerusalén, gozad con ella"

(Gal 6,14-18) "Yo llevo en mi cuerpo las marcas de Jesús"

(Lc 10,1-12.17-20) "Está cerca de vosotros el reino de Dios"





--- Los laicos convocados a una nueva evangelización

“La gracia y la paz sea con vosotros de parte de Dios Padre y de Nuestro Señor Jesucristo” (Gal 1,3).

En la narración del evangelista San Lucas que acabamos de oír, el Señor designa y envía setenta y dos discípulos a todos los pueblos y lugares donde Él pensaba ir. Además de los Apóstoles y siguiendo su testimonio, muchos otros son llamados y enviados por el Señor para que, a lo largo de los siglos y hasta nuestros días, fueran precursores, mensajeros y testigos que anuncien la presencia y llegada de Cristo y proclamen el advenimiento del Reino de Dios.

Vosotros formáis parte de esa multitud ininterrumpida de discípulos que, de generación en generación, y en todos los pueblos y ciudades, en todas las culturas, ambientes y naciones, son testigos y pregoneros de la cercanía de ese reino de verdad y de vida, reino de santidad y de gracia, reino de justicia, de amor y de paz (cfr. Lumen Gentium, 36).

“La mies es mucha y los obreros pocos” (Lc 10,2). El campo de labor que se abre hoy ante los ojos del Apóstol es inmenso. No faltan las ciudades que, ayer como hoy, no escuchan y rechazan a los discípulos del Señor, enviados “como corderos en medio de lobos” (Lc 10,3). El materialismo, el consumismo, el secularismo han obnubilado y endurecido el corazón de muchos hombres. Pero hay muchas casas y ciudades que viven en la ley del Señor, que reciben “como río de paz”, según las palabras del profeta Isaías (Is 66,12). ¡La mies es abundante! ¡Se necesitan muchos brazos que trabajen en la construcción del reino de Dios!

Por eso el Concilio Vaticano II destacó con claridad y fuerza particulares, que toda vocación cristiana es, por su misma naturaleza, vocación al apostolado (cfr. Apostolicam actuositatem,3), invitando a todos los laicos a redescubrir su dignidad bautismal de discípulos del Señor, de obreros de la mies, y a reavivar su responsabilidad apostólica ante la magnitud de la tarea.



--- En íntima unión con Cristo

Por el bautismo y la confirmación, por la participación en el sacerdocio de Cristo, como miembros vivos de su Cuerpo, los laicos participan en la comunión y en la misión de la Iglesia. La Iglesia quiere y necesita laicos santos que sean discípulos y testigos de Cristo, constructores de comunidades cristianas, transformadores del mundo según los valores del Evangelio.

La formación cristiana de los laicos requiere una pedagogía pastoral que ilumine y oriente con la luz y la fuerza de la fe. La fe profesada tiene que convertirse en vida cristiana. “Desead la paz a Jerusalén” (Sal 122,6) rezábamos en el Salmo responsorial; que la nueva Jerusalén, que es la iglesia, sea “como una ciudad bien unida y compacta” (Sal 122,3) en la fraternidad y el amor.


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