Es un modo socialmente aceptable de ver como se mata a la gente indiscriminadamente. Pero no nos engañemos, lo que subyace en esas películas es el gusto por la sangre, por la muerte. Y no son los zombies (que no existen) los que se deleitan en ello, sino los vivos.
Después nos sorprendemos de que algún joven en Estados Unidos salga de casa a la hora de la merienda y mate a medio vecindario.
Eso sí, para mí las películas de zombies tienen un significado personal. Para son símbolos de que los muertos vivientes (muertos en el espíritu, en su alma) algún día en el futuro perseguirán a los vivientes (los cristianos, los creyentes). Es decir, que la indiferencia de los años 90, se ha tornado en nuestra década en agresividad, y que la agresividad se transformará en persecución.
Los hombres que nos perseguirán no tendrán caras horribles, ni irán vestidos como andrajosos. Sino que serán ciudadanos normales. Sólo tendrán muerta el alma. Y no sólo muerta, sino putrefacta, desfigurada, cubierta de gusanos. Sólo así se podrá consumar el final de este proceso que comenzó en el final de los años 60. Vamos a eso, poco a poco.
Si los cristianos piensan que seremos una minoría que viviremos tranquilos en la sociedad del siglo XXI, siento romper el encanto. Cada vez noto más odio al cristianismo en toda Europa. Ni las leyes, ni los tribunales, serán barreras suficientes para contener ese odio.
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