“Dijo Jesús a la gente: “El Reino de los cielos se parece a un tesoro escondido en el campo: el que lo encuentra lo vuelve a esconder, y, lleno de alegría, va a vender todo lo que tiene y compra el campo”. (Mt 13,44-46)
Nunca me han gustado esos cristianos tristes y resignados.
Nunca me han gustado esos cristianos que todo lo ven moral.
Nunca me han gustado esos cristianos que todo lo ven difícil.
Nunca me han gustado esos cristianos que nos quieren vender un cristianismo de dolorismo, austeridad, privaciones, resignaciones, de oraciones con garbanzos bajo las rodillas.
En cambio siempre me han gustado:
Esos cristianos alegres y felices.
Esos cristianos que viven cantando su fe.
Esos cristianos que ven el Evangelio como Buena Noticia.
Esos cristianos contentos que llevan música en el alma.
Esos cristianos felices de renunciarlo todo porque han descubierto que el Evangelio, el Reino de los cielos es un tesoro.
Se trata de esos cristianos de los que nos habla hoy Jesús, que comienzan:
Por descubrir a Dios como un tesoro.
Por descubrir su fe como un tesoro.
Por descubrir a Jesús como un tesoro.
Por descubrir la gracia como el mejor tesoro.
Nunca olvidaré a mi amigo Don Manuel. Un día me viene feliz a la sacristía antes de la Misa de once y me dice gozoso: “Padre, he encontrado un verdadero tesoro”. Y me mostró el libro del P. Scheeben: “Las maravillas de la gracia”. Fue como si hubiese descubierto a Dios.
Jesús no quiere ver seguidores que le sigan lamentándose del peso de su fe.
Jesús no quiere ver que le sigan lamentándose del peso de su bautismo.
Jesús no quiere ver que le sigan como arrepentidos de haberse hecho cristianos.
Quiere cristianos:
Que han descubierto un tesoro.
Que se han encontrado con una perla preciosa.
Con algo que les ha llenado tanto, que no les importa “vender con todo lo que tienen, a condición de comprarlo”.
El problema no es lo que vendemos.
El problema es lo que encontramos.
El problema no es lo que dejamos.
El problema es lo que hemos descubierto.
Esto lo entendió Pablo, cuando en su experiencia de Jesús resucitado puede exclamar: “todo lo anterior lo considero una basura comparado con mi Señor resucitado”.
Nos han enseñado un cristianismo de “renuncias”.
Hay que enseñar un cristianismo de tesoros.
Nos han enseñado que casarse es “renunciar a otras mujeres”.
Hay que enseñar que casarse es haber descubierto una esposa que es un tesoro.
Nos han enseñado que entregarse a la Vida Consagrada implica muchas renuncias.
Hay que enseñar que consagrarse a Dios es lo más bello y hermoso de la vida.
Nos han enseñado que vivir la gracia exige muchas prohibiciones.
Hay que enseñar que la vida de la gracia es el mejor tesoro de la vida.
Solo entonces viviremos, no añorando lo que “vendimos”, sino gozando de lo que compramos.
Solo entonces viviremos, no con la nostalgia de lo que dejamos, sino con la alegría de lo que hemos logrado.
Solo entonces viviremos, no añorando la libertad de hacer lo que nos viene en ganas, sino la libertad de disfrutar de lo que somos.
Dios no puede ser una carga, sino una libertad.
Dios no puede ser pesado, sino ligero y suave.
La fe no puede ser una carga, sino la alegría de ser libres.
El cristianismo no puede ser una carga que nos dobla la espalda, sino el camino alegre de quien camina de fiesta.
La moral no puede ser una prohibición.
La moral tiene que ser una invitación a soñar hombres y mujeres nuevos.
Te doy gracias, Señor, porque me haces ver mi vocación bautismal como un tesoro.
Te doy gracias, Señor, porque me haces ver mi vocación consagrado como un tesoro.
Te doy gracias, Señor, porque me hacer ver que encontrarte a ti es encontrarlo todo y tenerte a ti es tenerlo todo.
Clemente Sobrado C. P.
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