Homilía Domingo 17º t.o. (C)

(Cfr. www.almudi.org)









(Gen 18,20-32) "En atención a los diez, no la destruiré"

(Col 2,12-14) "Por el bautismo fuisteis sepultados con Cristo"

(Lc 11,1-13) "Padre, santificado sea tu nombre"



¡"Dios sensible al corazón", escribió Pascal; dejándose conmover por las súplicas de Abrahán! ¡Dios que nos ha dado toda clase de seguridades en la oración, afirmando que si un padre no daría una piedra a un hijo suyo que le pidiera pan -y los hombres somos malos- cuánto más el "Padre celestial dará el Espíritu Santo a los que se lo piden"! Nadie nos hace tanto caso ni puede ayudarnos más eficazmente que el Señor.



"Todo el que pide recibe", Jesús no hace restricciones. S. Agustín enseña que nuestra oración no siempre es atendida porque pedimos "aut mali, aut male, aut mala". "Mali": porque somos malos; "Male": porque pedimos mal, sin constancia y sin fe; "Mala": porque pedimos cosas malas, que no nos convienen, y Dios, como un buen padre a un hijo inconsciente, no las otorga.



Hay una sola cosa que no podemos lograr en la oración, y es: la que no hayamos pedido con fe. Si lo que pedimos entra en los planes de Dios y conviene a nuestra alma, si pedimos pan y no piedras, el Señor nos lo concederá cuando Él quiera y como Él quiera; porque Dios da siempre lo que es bueno a quienes se lo piden. "Quien sabe todo lo que sufrís y lo puede impedir -enseña S. Juan Crisóstomo- si no lo impide es evidente que por providencia y cuidado de vosotros no lo impide".



Debemos orar sin desanimarnos aunque nos parezca que, a pesar del tiempo que llevamos suplicando a Dios, la ayuda esperada no llega o es insuficiente. No importa. Después de cada fracaso -cuando se trate de pedir el desarraigar un defecto o la adquisición de una virtud-, pedir perdón, levantar el ánimo y volver a intentarlo de nuevo. A menudo lo que Dios nos otorga primero no es la virtud sino el volver a intentarlo una y otra vez. Así nos cura de nuestra suficiencia y nos enseña a depender de Él.



Dios nos escucha siempre, pero cuando usamos las mismas palabras que Él nos indicó, con más motivo. S. Agustín aseguraba que la oración del Padrenuestro es tan perfecta, que, en pocas palabras, se encierra todo lo que el hombre debe pedir a Dios. El "Padrenuestro" es, sin duda, la oración más comentada de toda la Sagrada Escritura. Los Padres y los grandes escritores de la Iglesia nos han ofrecido explicaciones llenas de sabiduría y piedad. Juan Pablo II dice que: "Hay en ella una sencillez tal, que hasta un niño la aprende, y a la vez una profundidad tal, que se puede consumir una vida entera meditando el sentido de cada palabra".



"Quien no hace oración, no necesita demonio que le tiente, decía Sta Teresa, en tanto que quien tiene un cuarto de hora al día, necesariamente se salva".


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