“¡Oye! Ahí fuera están tu madre y tus hermanos que desean hablarte. Mas él respondió: “Quiénes son mi madre y quienes mis hermanos?” “Estos son mi madre y mis hermanos. Pues todo el que cumpla la voluntad de mi Padre celestial ése es mi hermano, mi hermana y mi madre”. (Mt 12, 46-50)
Jesús suele tener ciertas respuestas que descuadran a cualquiera.
Mientras está hablando a la gente, su madre y sus hermanos quieren hablar con El.
Y se lo dicen.
Pero Jesús da una respuesta que:
Aparentemente pudiera parecer como despectiva con su madre.
Y que sin embargo el pensamiento de Jesús va mucho más lejos.
Además, resulta lindo ver cómo aprovecha cualquier cosa para mirar siempre más lejos.
La mirada de Jesús no queda limitada por las cuatro paredes de la casa.
Jesús es de los que siempre mira al otro lado de las cosas.
Jesús es de los que no le gustan los espacios pequeños.
Sino que sus ojos siempre miran mucho más lejos.
La humanidad es el único espacio donde se encuentra bien.
Nació en un hogar.
Santificó la familia con su presencia.
Amó como todo hijo y más que cualquier hijo.
Pero no es el hombre que se encierra entre las cuatro paredes del hogar.
Jesús es el que vive caminando.
Jesús es el que vive en los caminos, mirando siempre más allá.
La familia de Dios es más amplia que nuestras familias.
La familia de Dios es más grande que la mismísima familia de Nazaret.
La familia de Dios abarca a toda la humanidad.
Por eso Jesús:
Por encima de la familia de la carne y de la sangre y del amor humano, crea una nueva familia.
Crea la familia que nace no del amor humano, sino de la palabra de Dios.
Crea la familia que nace no de la carne, sino la escucha de la palabra de Dios.
Crea la familia que nace no de la sangre, sino la fidelidad a la voluntad de Dios.
La familia de la carne y sangre siempre es una familia pequeña.
La familia que nace de la palabra de Dios es una familia amplia.
La familia que nace de la fidelidad a la voluntad del Padre es una familia universal.
La primera es la familia que nace de la creación.
La segunda es la familia que nace del Evangelio.
Una familia donde pierden el tiempo quienes quieren hacer su “árbol genealógico”.
Una familia:
Donde todos terminamos siendo “madres de Jesús”.
Donde todos terminamos siendo “hermanos de Jesús”.
Donde todos terminamos siendo “madres y hermanos” de todos.
Una familia que Pablo describirá bellamente:
“Por eso doblo mis rodillas ante el Padre, de quien toma nombre toda familia en el cielo y en la tierra, para que os conceda, según la riqueza de su gloria, que seáis vigorosamente fortalecidos por la acción de su Espíritu en el hombre interior, que Cristo habite por la fe en vuestros corazones, para que arraigados y cimentados en el amor, podáis comprender con todos los santos cuál es la anchura, y la longitud, la altura y la profundidad, y conocer el amor de Cristo, que excede todo conocimiento, para que os vayáis llenando hasta la total Plenitud de Dios”. (Ef 3,14-19)
Necesitamos vivir, fortalecer y florecer nuestra familia humana.
Pero estamos llamados a vivir en la nueva familia que abarca a todos.
Esto lo entendió y expresó bellamente Benedicto XVI en su Encíclica “Caritas in veritate” (La Caridad en la verdad):
“Hoy la humanidad aparece mucho más interactiva que antes;: esa mayor vecindad debe transformarse en verdadera comunión. El desarrollo de los pueblos depende sobre todo de que se reconozcan como parte de una sola familia, que colabora con verdadera comunión y está integrada por seres que no viven simplemente uno junto a otro”. (CV n. 53)
Si cumplimos de verdad la voluntad del Padre, cada vez que:
Alguien pregunte por ti, ya sabes quien es.
Cuando alguien pregunte por ti, no es un extraño, es tu madre y tu hermano, por más que no sepas su nombre y apellido ni su dirección.
Clemente Sobrado C. P.
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