“Viendo Jesús que lo rodeaba mucha gente, dio orden de atravesar a la otra orilla. Se le acercó un escriba y le dijo: “Maestro, te seguiré a donde vayas”. Jesús le respondió: “Las zorras tienen madrigueras y los pájaros nidos, pero el Hijo del hombre no tiene donde reclinar la cabeza”. (Mt 8,18-22)
Dos cosas importantes:
A Jesús no le va el aplauso de las muchedumbres.
“Viendo que lo rodeaba mucha gente, dio orden de atravesar a la otra orilla”.
A Jesús le gusta el entusiasmo de los que se ilusionan por él.
Pero, no quiere aprovecharse del entusiasmo del momento y prefiere que la gente sepa a qué se compromete.
“Las zorras tiene madrigueras y los pájaros nidos, pero el Hijo del hombre no tiene donde reclinar la cabeza”.
“No le va el aplauso de las masas”
A nosotros nos encantan las masas.
Nos encanta que nos reciban en el aeropuerto, muchedumbres de fans y nos tengan que sacar por la puerta falsa.
A Jesús no le van esos entusiasmos faranduleros.
A Jesús no le dicen nada esas manifestaciones preparadas.
A Jesús no le dicen nada esas manifestaciones organizadas.
Sabe que todas esas manifestaciones tienen mucho de masivo y no siempre son expresión de una decisión y convencimiento personal.
Sabe que pasado el momento del entusiasmo, todo queda igual.
Sabe que esas masas se prestan al engaño de creer que todos están viviendo en el convencimiento del Evangelio.
La Iglesia no es problema de masas.
Jesús les llamó “mi pequeño rebaño”.
Jesús la comparó “con un gran grano de mostaza”.
Jesús la comparó “con una medida de levadura”.
La Iglesia no es problema de números y estadísticas.
La Iglesia es cuestión de convencimiento.
La Iglesia es cuestión de fidelidad.
La Iglesia es cuestión de fermento.
Más vale uno que vive la verdad del Evangelio que mil que dicen que son y no viven.
Más cambia el mundo un santo que mil vulgares de misa dominical.
El problema no es si somos “muchos o pocos”.
El problema es “cómo somos”.
No es la “cantidad” sino la “calidad”.
Un árbol que crece saca menos ruido que uno podrido que se cae.
Una caricia saca menos ruido que una bofetada.
El amor saca menos ruido que el odio.
Tampoco quiere entusiasmos del momento.
El escriba parece ilusionado con Jesús. “Maestro, te seguiré a donde vayas”.
El entusiasmo siempre ayuda.
Pero no es suficiente.
Es preciso saber a qué nos comprometemos.
Es preciso saber que Jesús nunca invita a los grandes éxitos.
Es preciso saber que Jesús nunca invita a los grandes triunfos humanos.
Por eso, Jesús mismo echa agua al fuego:
“el Hijo del hombre no tiene donde reclinar la cabeza”.
Seguirle exige estar dispuesto al desprendimiento.
Seguirle exige estar dispuesto al desnudo total.
Seguirle exige estar dispuesto a carecer de toda seguridad.
Seguirle exige estar dispuesto a fiarse solo de la providencia.
Seguirle exige estar dispuesto a carecer de los apoyos humanos.
Seguirle exige “dejarlo todo y darlo a los pobres”.
¿Significa que Jesús quiere desalentar al que quiere seguirle?
De ninguna manera. El está continuamente invitando al seguimiento.
Pero quiere que el que le siga sepa las consecuencias de vivir el Evangelio.
Quiere que el que le siga sea consciente de las exigencias de las Bienaventuranzas.
Quiere que el que le siga sea consciente de que el Evangelio es tener como único tesoro de nuestras vidas a Dios.
Quiere que el que le siga tiene que estar dispuesto a tenerlo todo renunciando a todo.
Quiere que el que le siga tiene que estar dispuesto a renunciar a su propia vida por el Evangelio.
Quiere que el que le siga ha de estar dispuesto a vivir como El, con lo puesto y la Cruz al final del camino.
La última cama donde recostó su cuerpo Jesús no fue una cama de plumas sino el leño de la cruz.
¿Retos difíciles?
Humanamente, sí.
Pero son los únicos retos para seguir a Jesús hasta el final del camino, y no sentirse derrotado y desilusionado a medio camino.
Clemente Sobrado C. P.
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