Acabo de llegar hace unas horas de un viaje por Estados Unidos de casi medio mes. He predicado en Massachussets, Arizona, California y Nueva York. Unas veces a fieles en general, otras a los sacerdotes de alguna diócesis, incluso una a pastores de distintas confesiones cristianas. En ésa había pastores evangélicos, tres anglicanos, un fiel ortodoxo y por lo menos un pastor baptista con su mujer. Ésta reunión con los pastores fue una delicia. Había varios pastores autores de libros, eran gente competente, con experiencia en ese campo y el encuentro fue verdaderamente profundo. Todo esto supone seis viajes de avión con sus correspondientes esperas en las terminales. Dos de esas esperas de más de cinco horas. Pero el sacrificio de los viajes, queda resarcido por los frutos.
Además, he encontrado a magníficos sacerdotes por el camino. Sensacionales párrocos que me han acogido con todo el amor del mundo. Y no menos celo y entusiasmo por Dios he encontrado en laicos repartidos por la geografía de Estados Unidos. Son laicos incendiarios. Bautizados que inflaman con su fuego a tantas almas.
Como otras veces, en Nueva York me esperaban mis amigos de siempre. Una amistad transatlántica de años regada anualmente. Ellos y nuestra visita a la catedral de San John the Divine merecerán un post más extenso. Baste hoy expresaros la felicidad de regresar a casa, de poder sentarme en mi sillón, de retornar a esa santa rutina diocesana.
Sea dicho de paso, he ido a la parte trasera del avión hoy a descansar mis piernas, y me he encontrado con un judío con su manto sobre la cabeza y sus cintas de cuero en los brazos, rezando. Era gracioso a los que iban a los restroom de esa parte del avión, ver al judío al final del pasillo de la izquierda, y un cura en el pasillo de la derecha. El Antiguo Testamento a un lado y al Nuevo Testamento al otro.
Publicar un comentario