La liturgia diaria meditada - A quien se le dio mucho, se le reclamará mucho (Lc 12,39-48) 25/10



Miércoles 25 de Octubre de 2017
De la feria
Verde

Martirologio Romano: En Kiev, ciudad de Rusia, (ahoara en Ucrania), santa Olga, abuela de san Vladimiro, la primera de la dinastía de los Ruriks que recibió el bautismo y el nombre de Helena, cuya conversión abrió a todo el pueblo ruso el camino del cristianismo. († 969). Fecha de canonización: Información no disponible, la antigüedad de los documentos y de las técnicas usadas para archivarlos, la acción del clima, y en muchas ocasiones del mismo ser humano, han impedido que tengamos esta concreta información el día de hoy. Si sabemos que fue canonizado antes de la creación de la Congregación para la causa de los Santos, y que su culto fue aprobado por el Obispo de Roma: el Papa.

Antífona de entrada          Sal 16, 6. 8
Yo te invoco, Dios mío, porque tú me respondes: inclina tú oído hacia mí y escucha mis palabras. Protégeme como a la pupila de tus ojos; escóndeme a la sombra de tus alas.

Oración colecta     
Dios todopoderoso y eterno, concédenos permanecer fieles a tu santa voluntad y servirte con un corazón sincero. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo, y es Dios, por los siglos de los siglos.

Oración sobre las ofrendas        
Te ofrecemos, Señor, estos dones, con un corazón libre y generoso, para que tu gracia nos purifique por estos misterios que ahora celebramos. Por Jesucristo, nuestro Señor.

Antífona de comunión        cf. Sal 32, 18-19
Los ojos del Señor están fijos sobre sus fieles, sobre los que esperan en su misericordia, para librar sus vidas de la muerte y sustentarlos en el tiempo de indigencia.

O bien:         Mc 10, 45
El Hijo del hombre vino para dar su vida en rescate por una multitud.

Oración después de la comunión
Concédenos Padre, que la participación en esta eucaristía nos ayude para aprovechar los bienes temporales y alcanzar los bienes eternos. Por Jesucristo, nuestro Señor.

Lectura        Rom 6, 12-18
Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los cristianos de Roma.
Hermanos: No permitan que el pecado reine en sus cuerpos mortales, obedeciendo a sus malos deseos. Ni hagan de sus miembros instrumentos de injusticia al servicio del pecado, sino ofrézcanse ustedes mismos a Dios, como quienes han pasado de la muerte a la Vida, y hagan de sus miembros instrumentos de justicia al servicio de Dios. Que el pecado no tenga más dominio sobre ustedes, ya que no están sometidos a la Ley, sino a la gracia. ¿Entonces qué? ¿Vamos a pecar porque no estamos sometidos a la Ley sino a la gracia? ¡De ninguna manera! ¿No saben que al someterse a alguien como esclavos para obedecerle, se hacen esclavos de aquel a quien obedecen, sea del pecado, que conduce a la muerte, sea de la obediencia que conduce a la justicia? Pero gracias a Dios, ustedes, después de haber sido esclavos del pecado, han obedecido de corazón a la regla de doctrina, a la cual fueron confiados, y ahora, liberados del pecado, han llegado a ser servidores de la justicia.
Palabra de Dios.

Comentario
Dios ha hecho en nosotros su grandísima obra de redención. Ya no somos del pecado, sino de Dios. Partiendo de esta realidad, es que san Pablo nos exhorta diciéndonos que, si tenemos tal dignidad, no debemos seguir dejando lugar al pecado en nuestra vida.

Salmo 123, 1-8
R. Nuestra ayuda está en el Nombre del Señor.

Si el Señor no hubiera estado de nuestra parte cuando los hombres se alzaron contra nosotros, nos habrían devorado vivos, cuando ardió su furor contra nosotros. R.

Las aguas nos habrían inundado, un torrente nos habría sumergido, nos habrían sumergido las aguas turbulentas. ¡Bendito sea el Señor, que no nos entregó como presa de sus dientes! R.

Nuestra vida se salvó como un pájaro de la trampa del cazador: la trampa se rompió y nosotros escapamos. Nuestra ayuda está en el Nombre del Señor, que hizo el cielo y la tierra. R.

Aleluya        Mt 24, 42a. 44
Aleluya. Estén prevenidos y preparados, porque el Hijo del hombre vendrá a la hora menos pensada. Aleluya.

Evangelio     Lc 12, 39-48
Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Lucas.
En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: «Entendedlo bien: si el dueño de casa supiese a qué hora iba a venir el ladrón, no dejaría que le horadasen su casa. También vosotros estad preparados, porque en el momento que no penséis, vendrá el Hijo del hombre». 

Dijo Pedro: «Señor, ¿dices esta parábola para nosotros o para todos?». Respondió el Señor: «¿Quién es, pues, el administrador fiel y prudente a quien el señor pondrá al frente de su servidumbre para darles a su tiempo su ración conveniente? Dichoso aquel siervo a quien su señor, al llegar, encuentre haciéndolo así. De verdad os digo que le pondrá al frente de toda su hacienda. Pero si aquel siervo se dice en su corazón: ‘Mi señor tarda en venir’, y se pone a golpear a los criados y a las criadas, a comer y a beber y a emborracharse, vendrá el señor de aquel siervo el día que no espera y en el momento que no sabe, le separará y le señalará su suerte entre los infieles. 

»Aquel siervo que, conociendo la voluntad de su señor, no ha preparado nada ni ha obrado conforme a su voluntad, recibirá muchos azotes; el que no la conoce y hace cosas dignas de azotes, recibirá pocos; a quien se le dio mucho, se le reclamará mucho; y a quien se confió mucho, se le pedirá más».
Palabra del Señor.

Comentario
Cada cual lleva adelante algún mandato o alguna responsabilidad: los padres con respecto a los hijos, las maestras con sus alumnos, los dirigentes políticos y religiosos con el pueblo, etc. Ese mandato implica un servicio que debemos cumplir como Jesús, el servidor de todos. Abusarse de un cargo y aprovecharse del poder es olvidar y traicionar al Señor, que nos ha confiado esa misión.

Oración introductoria
Señor, creo en Ti con todo mi corazón. Confío en tu infinita bondad y misericordia. Gracias por tu paciencia y tu gracia que me guía por el sendero. Te quiero y te ofrezco todo lo que tengo. Lo que he hecho es para Ti, para tu gloria y la salvación de las almas. Dame la gracia de no sólo querer que me escuches, sino también de querer escucharte.

Petición
Señor Jesús, dame el ánimo para mantenerme siempre vigilante y comprometido en hacer tu santísima voluntad. 

Meditación 

Hoy, con la lectura de este fragmento del Evangelio, podemos ver que cada persona es un administrador: cuando nacemos, se nos da a todos una herencia y unas capacidades para que nos realicemos en la vida. Descubrimos que estas potencialidades y la vida misma son un don de Dios, puesto que nosotros no hemos hecho nada para conseguirlas. Son un regalo personal, único e intransferible, y es lo que nos confiere nuestra personalidad. Son los “talentos” de los que nos habla el mismo Jesús (cf. Mt 25,15), las cualidades que debemos hacer crecer a lo largo de nuestra existencia.

«En el momento que no penséis, vendrá el Hijo del hombre» (Lc 12,40), acaba diciendo Jesús en el primer párrafo. Nuestra esperanza está en la venida del Señor Jesús al final de los tiempos; pero ahora y aquí, también Jesús se hace presente en nuestra vida, en la sencillez y la complejidad de cada momento. Es hoy cuando, con la fuerza del Señor, podemos vivir su Reino. 

«También vosotros estad preparados» (Lc 12,40), esta exhortación representa una llamada a la fidelidad, la cual nunca está subordinada al egoísmo. Tenemos la responsabilidad de saber “dar respuesta” a los bienes que hemos recibido junto con nuestra vida. «Conociendo la voluntad de su señor» (Lc 12,47), es lo que llamamos nuestra “conciencia”, y es lo que nos hace dignamente responsables de nuestros actos. La respuesta generosa por nuestra parte hacia la humanidad, hacia cada uno de los seres vivos, es algo justo y lleno de amor.

Esto implica la certeza en la esperanza de que Dios enjugará toda lágrima, que nada quedará sin sentido, que toda injusticia quedará superada y establecida la justicia. La victoria del amor será la última palabra de la historia del mundo. Como actitud de fondo para el "tiempo intermedio", a los cristianos se les pide la vigilancia. Esta vigilancia significa, de un lado, que el hombre no se encierre en el momento presente, abandonándose a las cosas tangibles, sino que levante la mirada más allá de lo momentáneo y sus urgencias. 

De lo que se trata es de tener la mirada puesta en Dios para recibir de Él el criterio y la capacidad de obrar de manera justa. Por otro lado, vigilancia significa sobre todo apertura al bien, a la verdad, a Dios, en medio de un mundo a menudo inexplicable y acosado por el poder del mal. Significa que el hombre busque con todas las fuerzas y con gran sobriedad hacer lo que es justo, no viviendo según sus propios deseos, sino según la orientación de la fe. 

Hoy nuestro Señor nos presenta tres brevísimas parábolas, una detrás de la otra para hacernos entender mejor su propósito y su mensaje: los criados que esperan en la noche la vuelta de su amo; la irrupción inesperada del ladrón en la casa para desvalijarla; y el administrador diligente, siempre dispuesto a presentar a su dueño los resultados de su buena gestión. Y, en estas tres escenas, el tema es el mismo: la espera vigilante y dinámica del Señor.

La vigilancia es una virtud evangélica fundamental, unida íntimamente a la conciencia de la propia indigencia y a la fragilidad radical del hombre para obrar el bien. Pero, además, están todas esas asechanzas y ocasiones que nos presenta el mundo, el demonio y las propias pasiones para ser fieles a nuestro Señor y a la tarea que ha puesto en nuestras manos.

La vigilancia, especialmente cuando la noche se prolonga y parece que nunca va a terminar, se sostiene con la fuerza de la esperanza cristiana, y comporta tres cosas fundamentales. La primera, una mentalidad de gente que va de viaje: "tened ceñida la cintura y encendidas las lámparas" -nos pide nuestro Señor-; la conciencia clara de los peligros que nos amenazan, pues basta un momento de distracción, de decaimiento, y ya hay alguien que se aprovecha para robarnos los valores más preciosos. Y, finalmente, una fidelidad constante y una gran sensatez, que es sinónimo de prudencia, de responsabilidad, de lealtad al amo y de respeto hacia todas las personas y cosas que él ha puesto a nuestro cuidado.

Por eso, para tender hacia lo eterno, para "buscar y aspirar a los bienes de allá arriba" -como nos recomendaba Pablo en la carta a los colosenses- , nos es imprescindible la virtud de la vigilancia. Vigilancia, que es sinónimo de atención, cuidado, celo y desvelo para que los dones que Dios nos ha confiado no sufran detrimento a costa de nuestras pasiones o de los embates del enemigo -el demonio, el mundo y la carne-. Vigilancia es, pues, saber esperar. Pero no una espera pasiva, inútil y estéril, sino la espera activa y dinámica del hombre sabio y prudente, que busca ajustar su comportamiento a la voluntad de su Señor. 

Cuando no hacemos esto, obramos como el administrador infiel que, cansado de esperar a su amo, comienza a comer, a beber y a emborracharse, a golpear a los empleados y a las muchachas, y a cometer toda clase de abusos y desmanes. Entonces -nos dice Jesús- llegará el amo, cuando éste menos lo espera, lo despedirá y lo condenará a la pena de los infieles. Allí recibirá muchos azotes. Éste es un retrato perfecto del pecado, del desorden radical que impone la soberbia y el orgullo en nuestra vida, y las consecuencias que éste conlleva: el grave sufrimiento que causamos a los demás con nuestra prepotencia y egoísmo brutal. Como es obvio, esto no puede quedar impune: la justicia divina exige un castigo a los siervos malvados a causa de sus malas obras. 

Diálogo con Cristo
Jesús, ¡que toda mi vida se resuma en escucharte y en obedecer tu voz! Gracias por fortalecerme en los momentos de tentación o de distracción. Ayúdame porque quiero estar siempre vigilante, esperándote y dedicando mi vida, de una manera más comprometida, para construir tu reino en mí y en los que me rodean.

Propósito
Vivamos, pues como quien va de viaje, como quien está de paso por esta tierra, sin apegarnos a las cosas caducas de acá abajo. Y, sobre todo, obremos en consecuencia, llevando a nuestra vida de cada día estas certezas de nuestra fe. "¡Dichosos los siervos aquellos a quienes el Señor, al llegar, los encuentre en vela! Os aseguro que se ceñirá, los hará sentar a su mesa y les irá sirviendo". Éste es el gozo eterno que recibiremos como premio, al final de nuestra vida, si permanecemos fieles a nuestro Señor. "¡Siervo bueno y fiel, entra al banquete de tu Señor!" 

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