¿Es obligatorio pagar los impuestos? La pregunta malintencionada de los doctores de Israel fue contestada por el Señor con una hondura y en forma tan precisa y brillante, que les dejó mudos. El pago de los impuestos a Roma era considerado por algunos como colaboracionismo con el poder extranjero y un desdoro hacia Dios por parte del pueblo elegido. Decir que sí, era desacreditarse ante el pueblo. Decir que no, se convertía en un pretexto para denunciarlo ante la autoridad romana.
“Pagadle al César lo que es del César, y a Dios lo que es de Dios”. El cristiano ha de ser un ciudadano ejemplar, dice en esencia Jesús. Hay que obedecer a las autoridades legítimas, a las leyes civiles justas, pagar los impuestos razonables, votar en conciencia a quienes se estime más capacitados y honrados, rezar por los que gobiernan porque su responsabilidad es mucha y a todos interesa el buen gobierno... No niega el Señor la legítima autoridad y la autonomía en los asuntos temporales, pero avisó también que Dios tiene sus derechos, porque la dimensión religiosa del hombre no puede ser sofocada. De ahí que, aunque no se lo preguntaron, añadió: “y a Dios lo que es de Dios”.
“En nuestra sociedad se ha creado un enorme vacío moral y religioso. Todos parecen espasmódicamente lanzados hacia conquistas materiales: gastar, invertir, rodearse de nuevas comodidades, pasarlo bien... Dios, que debería invadir nuestra vida, se ha convertido, en cambio, en una estrella lejanísima, a la que sólo se mira en determinados momentos. Creemos ser religiosos porque vamos a la iglesia, tratando después de llevar fuera de ella una vida semejante a la de tantos otros, entretejida de pequeñas o grandes trampas, de injusticias, de ataques a la caridad, con una falta absoluta de coherencia” (Luciani, A. Ilustrísimos señores p. 219). Una sociedad sin valores, o que no los respeta, arrinconando los deberes para con Dios, verdadero garante de la dignidad humana, está abocada a una creciente agresividad, a la corrupción y a la mentira.
“La cuestión moral es claramente, hoy más que nunca, una cuestión de supervivencia” (Ratzinger, J. Presentación Enc. Veritatis S.). Son muchas las voces, y de distinta procedencia ideológica, que están reclamando la necesidad de un código ético o moral sobre cuestiones como biología, genética, armamento, ecología, política, medios de comunicación, economía, etc., que impida el que, una libertad sin norte, convierta los progresos científicos y técnicos en instrumentos de servidumbre, de corrupción, de barbarie.
“A Dios lo que es de Dios”. El Señor es la fuente de la vida de las personas desde su concepción hasta la muerte, fuente que el hombre no debe cegar. De Él es la familia, santuario de la vida, a la que santificó con su dilatada estancia en el hogar de Nazaret. De Él es la conciencia en donde resuena la voz de Dios para cada uno y que no se debe deformar con informaciones falsas... En una palabra, todo en nuestra vida le pertenece. “Familia de los pueblos -dice el Salmo Responsorial- aclamad al Señor... Él gobierna a los pueblos rectamente”.
Damos a Dios lo que es de Dios, cuando le amamos como Él quiere y merece ser amado, esto es, alabándole y manifestándole nuestra gratitud y admiración con el ofrecimiento del Sacrificio de la Santa Misa, “sacrificio sin mancha desde donde sale el sol hasta el ocaso” (Plegaria III); cuando cumplimos sus mandamientos; cuando creemos y esperamos sinceramente en Él; cuando no abandonamos la oración; cuando solicitamos su perdón si le hemos ofendido; y, en fin, cuando trabajamos y nos comportamos con rectitud, honradamente, apoyados en su ayuda que nunca falta.
Gloria a ti, Señor.
En aquel tiempo, se retiraron los fariseos y llegaron a un acuerdo para comprometer a Jesús con una pregunta. Le enviaron unos discípulos, con unos partidarios de Herodes, y le dijeron: –Maestro, sabemos que eres sincero y que enseñas el camino de Dios conforme a la verdad; sin que te importe nadie, porque no miras lo que la gente sea. Dinos, pues, qué opinas: ¿es lícito pagar impuesto al César o no? Comprendiendo su mala voluntad, les dijo Jesús: –Hipócritas, ¿por qué me tentáis? Enseñadme la moneda del impuesto. Le presentaron un denario. Él les preguntó: –¿De quién son esta cara y esta inscripción? Le respondieron: –Del César. Entonces les replicó: –Pues pagadle al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios.
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