Contaba Juan Pablo I en una catequesis, durante su corto pontificado, lo que le sucedió a un hombre de prestigio, profesor de la Universidad de Bolonia. Una tarde le llamó el ministro de Educación y, después de hablar con él, le invitó a quedarse un día más en Roma.
El profesor le contestó: "No puedo, tengo mañana clase en la Universidad, y los alumnos me esperan". El ministro le contestó: "Le dispenso yo". Y el profesor: "Usted puede dispensarme, pero yo no me dispenso" [1]. Era sin duda un hombre responsable, que no se limitaba a cumplir y a dar el menor número posible de clases.
Era de aquellos, comentaba el Pontífice, que podían decir: "Para enseñar el latín a John, no basta conocer el latín, sino que es necesario conocer y amar a John". Y también: "tanto vale la lección cuanto la preparación". Probablemente era un hombre que amaba mucho su profesión. ¡Cuántas veces tendremos que decir también nosotros "yo no me dispenso"..., aunque nos dispensen las circunstancias!
(1) Cfr. JUAN PABLO I, Angelus 17 - IX - 1978.
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