Vigésimo octavo domingo ordinario
(II Reyes 5:14-17; II Timoteo 2:8-13; Lucas 17:11-19)
Una hermana religiosa contempla las enseñanzas más valiosas en la vida. Dice que educamos a nuestros niños para decir “gracias”. Sigue a comentar que esta lección tiene que ver con la concientización. Queremos que ellos sean conscientes de todo lo que tienen les han venido como don de Dios. También Jesús quiere transmitir esta lección en el evangelio de hoy.
Los leprosos gritan a Jesús a lo lejos. Pues según la ley judío no deben acercarse a nadie, ni a sus propias familias. Por eso sufren del aislamiento y la soledad. Es parecido a la cual mucha gente hoy en día experimenta. Cada vez que un padre hable con su hija joven resulta una discusión. Quiere una mejor relación con ella pero piensa que ella no está cumpliendo sus responsabilidades. Una pareja ya no hablan íntimamente con uno y otro. Los dos quieren regresar a los primeros años de su matrimonio cuando compartían todo. Pero cada uno piensa que el otro ya no más le interesa. Centenas de solteros católicos se congregan para una conferencia. Cada uno anhela que otra persona le aprecie a ella o a él como un ser sumamente importante. Todos nosotros sienten malentendidos y no apreciados a veces. Juntamos nuestras voces con las de los leprosos diciendo: “Jesús, maestro, ten compasión de nosotros”.
El maestro no demorará a responder. Les dirige a los leprosos a los sacerdotes. Según la ley los sacerdotes son como inspectores verificando cuando un leproso se ponga sanado de la enfermedad. También en nuestra soledad Jesús no dice que cumplamos su ley de amor. En lugar de enfocarse en nosotros mismos, que escojamos a vivir por los demás. Hemos de prestar la mano al vecino en necesidad. Hemos de socorrer al pobre con poco trabajo y muchos hijos. Hemos de dejar de hablar a los compañeros para escuchar sus gozos y problemas.
Cuando olvidemos de nuestras preocupaciones para asistir al otro, experimentamos cambios notables. Nos hacemos menos rencorosos y más comprensivos. Los otros nos ven como amigos confiables. Estamos en un sentido sanados del aislamiento que nos sentíamos. En el evangelio los leprosos están aún más aliviados. Al descubrirse curados de la enfermedad los hombres pueden regresar a casa a besar a sus hijos.
Pero uno de ellos siente el impulso para volver a Jesús primero. Quiere agradecerle por la muestra de misericordia. Es samaritano, eso es un extranjero lo cual no permite que la religión impida su expresión de gratitud. También en nuestro tiempo es raro ver a una persona dando testimonio de Dios en el televisor fuera de los programas religiosos. Es como si la mención de Dios como nuestro salvador fuera algo nocivo a los demás. Por supuesto la verdad es el contrario. La gente necesita recordatorios de Dios aún más que los recordatorios de comer menos y hacer ejercicio más.
Aquellos que reconocen a Dios como la fuente de su bienestar reciben una bendición doble. No sólo tienen la tranquilidad sino también el destino con Jesús y los santos. En el evangelio Jesús bendice al samaritano con precisamente esta gracia. Le dice: “Tu fe te ha salvado”. Ya está sano. La salvación que Jesús tiene en cuenta es la vida eterna. Es como la santa Madre Teresa decía cuando le preguntaron cuando iba a descansar. Replicó la santa: “Voy a descansar en el cielo”.
Un sabio una vez dijo que hay sólo dos tipos de oración: “por favor” y “gracias”. Como los diez leprosos que digamos “por favor” en la mañana. Queremos el apoyo de Dios para enfrentar con la bondad los retos del nuevo día. Como el solo samaritano que no olvidemos de rezar “gracias” en la tarde. Después de todo hemos conocido algún beneficio del Padre, cuán grande o chico que fuera. Que “por favor” y “gracias” sean nuestras oraciones diarias.
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