Gracias al aumento del bienestar y a las mejoras en la atención médica, hoy la gente vive más tiempo. Pero lo que estos progresos no garantizan es disfrutar de compañía en la tercera edad. Millones de personas mayores están solas, y eso constituye ya una auténtica crisis social, y aun de salud pública.
Más de 1,8 millones de personas mayores de 65 años viven solas en España, según los números del INE registrados en 2015. Las hay que se levantan tarde porque no tienen con quién conversar, a quién animar o por quién ser animadas; las que comen mal o directamente no comen porque “no tengo ganas de preparar nada”; las que, en una residencia, ven pasar el tiempo sin que los hijos o los nietos decidan ir a “pasar un día con el abuelo”. Que está rodeado de gente, sí, pero aislado de los suyos...
Sin adornos: la soledad mata. No la soledad que ansía “aquel que huye del mundanal ruido”, sino la no deseada, la impuesta por las circunstancias sociales, que termina dañando la salud de la persona. Un reportaje del New York Times cita a expertos en psiquiatría y geriatría de EE.UU. y Gran Bretaña –donde se calcula que uno de cada tres mayores de 65 años vive solo–, quienes clasifican el fenómeno como un “problema crítico de salud pública” y una “pandemia”. Y hay datos que lo muestran.
En el estudio Toward a neurology of loneliness (Hacia una neurología de la soledad), de 2014, dos investigadores de la Universidad de Chicago, Stephanie y John Cacioppo, argumentan que la soledad crónica se relaciona, en la persona, con mayores niveles de cortisol (la hormona vinculada al estrés), una mayor resistencia vascular, que puede influir en un incremento del riesgo de hipertensión y reducir el flujo sanguíneo hacia órganos vitales, y un menor nivel de leucocitos, lo cual afecta la respuesta del sistema inmunológico ante las infecciones.
En cuanto al cerebro, los Cacioppo han constatado la existencia de asociaciones significativas entre la soledad y la mayor o menor densidad de materia gris, así como la influencia de aquella en el declive cognitivo relacionado con la edad y con la aparición de la demencia.
Es por ello que los expertos otorgan la mayor importancia a lo que denominan el “control social”, que no es otra cosa que importarle a alguien, ser tenido en cuenta. “La abierta influencia de los miembros de una red tiende a desestimular los comportamientos poco saludables y a incitar los saludables”, explican. “Estar casado se asocia con una posibilidad incrementada de involucrarse en comportamientos de promoción de la salud, como el ejercicio (…), presumiblemente porque la pareja ejerce alguna influencia sobre esas conductas”.
El bombero toca a la puerta
Por fortuna, percibir la soledad de los mayores como un auténtico problema sociosanitario es una tendencia cada vez mayor por parte de los gobiernos y de los ciudadanos. Según el New York Times, en el Reino Unido se están implementando programas coordinados por los ayuntamientos de varias ciudades y el servicio nacional de salud (el NHS) para mitigar el fenómeno. Incluso los bomberos están yendo puerta por puerta a las viviendas de los ancianos para interesarse por ellos y ver si muestran signos de aislamiento social.
En cuanto a iniciativas privadas o mixtas, existen varias destinadas a evitar esa incomunicación. Una de ellas es laCampaign to End Loneliness (Campaña para Acabar con la Soledad), que se interesa por los que llama “ciudadanos escondidos”, aquellos mayores de cuya existencia la sociedad no se percata. La campaña busca dar voz a todos los actores que de una forma u otra ya combaten el fenómeno, se planta en los despachos de los políticos para que ayuden a financiar programas en este sentido, y da herramientas a las personas que se sienten solas para que puedan salir de la espiral.
Un proyecto interesante para invitar a los mayores a socializar es el de los Men’s Shed, talleres a los que acuden los hombres jubilados, y a los que ya van incorporando mujeres. En todo el Reino Unido hay unos 300 de estos centros, donde se fabrican artículos en madera, metal y cerámica, o se reparan bicicletas, coches y botes. Los ancianos –que no tienen que haber sido necesariamente unos “manitas” en su pasado profesional– se reúnen, acuerdan qué quieren fabricar o arreglar, ponen los materiales necesarios, y van a su propio paso, sin apremio alguno.
Más que los objetos en sí, los bienes son la compañía y la camaradería, una medicina natural contra la depresión.
Un teléfono que “salva vidas”
Respecto a los que se resisten a salir de casa –o no pueden hacerlo–, hay varios modos de alcanzarlos. La organización benéfica OpenAge, que celebra más de 350 actividades semanales en unas 60 localidades británicas, se encarga de visitar a los renuentes y a los que están imposibilitados de trasladarse, para de alguna forma lograr “meterlos en el ajo” del colectivo. Una línea telefónica complementa estos esfuerzos.
El recurso del teléfono puede ser, en tales casos, una ayuda de alcance relativo. “Si las llamadas se hacen para coordinar posteriores encuentros personales, pueden ser útiles –explica a Aceprensa la Dra. Cacioppo–. Si son un fin en sí mismo, pueden ser de menos ayuda”.
Hay, sin embargo, quienes conceden mayor importancia a esta vía de contacto. Uno es Kevin Mochrie, director de Comunicación de la iniciativa The Silver Line, un servicio telefónico de 24 horas fundado en 2013 para atender a ancianos, que hasta la fecha ha contabilizado un millón de llamadas.
“Muchos de quienes nos llaman a veces llevan días y días sin hablar con nadie –nos dice–. Entonces les ofrecemos quedar en contacto con nuestros voluntarios, los Silver Line Friends, que los llamarán una vez a la semana para charlar sobre cualquier cosa que ellos [los ancianos] deseen; otros intercambian cartas una vez por semana. Todo lo paga The Silver Line, a partir de donaciones que recibimos”.
Según Mochrie, muchos de quienes marcan el número de la “línea plateada” padecen, además del vacío de la soledad, complejas enfermedades mentales y físicas, y discapacidades diversas. Por eso se agradece que siempre haya alguien al otro lado del hilo. “Un familiar de una persona que llamó [nos] dijo: ‘Gracias por la ayuda que le dieron a mi tía de 87 años, que los llamó de madrugada. Estaba presa del pánico, sola y muy temerosa. La ayuda de ustedes fue inestimable; de hecho, posiblemente le hayan salvado la vida’”.
El “co-housing”: compartir con los iguales
Pero una voz cálida y estimulante es, de todos modos, solo una voz. Para alcanzar a los ancianos solos, que son muchos, como la mies de la parábola, hacen falta “obreros” voluntarios que vayan a por ellos, que les toquen, que les escuchen…
En España, entre los programas de apoyo personal, sobresale el de Amigos de los Mayores, que convoca a los voluntarios a ofrecer compañía a ancianos que viven solos y a recibir, como recompensa, la experiencia vital que estos pueden aportarles y, “de rebote”, una mayor conciencia de la diversidad de la vida y la necesidad de respetarla.
Los activistas, así, visitan a los ancianos lo mismo en sus viviendas que en las residencias, y si es necesario, los acompañan en la gestión de trámites o en las visitas al médico. Una ayuda generosa… e insuficiente en dimensión, pues hay decenas de mayores en lista de espera.
Cabe precisar, no obstante, que visto cómo interactúan los veteranos “operarios” de los Men’s Shed británicos, la compañía necesaria también puede provenir de otros coetáneos y ser no solo periódica, sino estable. Es lo que pretende la variante del co-housing: comunidades de apartamentos independientes, pero con zonas comunes de ocio y servicio, en las que viven ancianos solos o casados (Aceprensa, 5-02-2013). En esta modalidad, los mayores están entre sus iguales, con quienes comparten derechos y deberes, a la vez que mantienen una independencia mayor que la de la residencia tradicional, donde los horarios son quizás demasiado rígidos y el “inquilino” puede sentirse más un paciente que un sujeto activo.
En febrero pasado, el diario El Mundo informaba de solo dos comunidades así en España, dada la dificultad de que los bancos otorguen créditos para obras de este tipo. Mas como “a falta de pan, buenas son tortas”, se está optando por acometer transformaciones en las residencias ya existentes para adaptarlas al nuevo estilo, más hogareño: se agrupa a entre 10 y 12 ancianos en núcleos más pequeños, como en un piso compartido, y se les asignan dos especialistas que les atienden y apoyan.
Mejor hogar que residencia
El Dr. Iñaki Artaza, presidente de la Fundación Envejecimiento y Salud, explica a Aceprensa que las residencias han llegado a acoger a un 5% de los mayores de 65 años en España. Hoy, lo más frecuente es que se trate mayormente de personas que tienen un grado 3 de dependencia, con un deterioro cognitivo importante, que por lo regular padecen varias enfermedades y que necesitan cuidados complejos.
Por ello, apoya la idea de hacer “más amables y amigables” esos centros, sin que eso signifique –como proponen algunos desde el extremo contrario al modelo “hospitalario”– que se prescinda de médicos y enfermeras en ellos. “Que se parezcan a un hogar, pero proporcionando los cuidados que esas personas necesitan. Si soy diabético seguiré necesitando insulina y que me controlen la glucemia; si tengo una úlcera, necesitaré una enfermera que me haga las curas. Ahora bien, esa enfermera puede ir vestida de azul o de otra manera, y mi habitación puede tener aspecto de hospital o, preferiblemente, tener los muebles que me han acompañado a lo largo de toda mi existencia”.
Porque se puede estar entre muchos y, a la vez, estar muy solo en un ambiente impersonal. Solo el interés por la persona concreta, que no se diluye en la masa ni deja de existir por que no la veamos, puede arrancarla del aislamiento y de su consecuente decadencia.
aceprensa.com
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