Omran, el niño de Alepo

La foto tiene efectos inmediatos. Al verla es difícil no experimentar unas ganas incontenibles de coger al niño en brazos, limpiarle el rostro y repeinarlo. Es verlo y uno ahueca los brazos como una nodriza. La conmoción le da a su mirada una serenidad sobrenatural. Está y no está. Un pitido. La nada en el niño. En lo imperturbable, ¿no parece que hay un reproche? A ver quién aguanta la mirada al chiquillo... Decir que «nos mira» sería otro horror periodístico; mira al fotógrafo, que le lanza fotos como a un medallista. Y la foto es material sensible también para la propaganda de turno, aunque fuera pacifista. Me dicen que es una manipulación y me lo creo, pero el niño es cierto.

De una bomba un niño sale envejecido. Sabrá lo inmemorial. Cómo se sienta en la ambulancia, sin moverse y pasa su mano por la cara y trata de limpiar su sangre y mete después la mano en el bolsillo. Esta postura que le reclamamos siempre. 
Más que nunca es momento de unirnos al Papa en la oración y en el clamor por la paz en Siria y en todos los lugares del mundo donde imperan la violencia y el odio. Que nuestra voz resuene en todos los foros mundiales de internet para conseguir el cese de toda violencia.

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