La humildad es la llave que nos abre el corazón de los demás y de Dios. Es la base del éxito temporal y eterno. Pensar que levantando la voz, enseñando los dientes o avasallando a los demás, pongamos por caso, es como se triunfa hoy, es un error. La vida enseña cómo nos autoexcluimos del mundo familiar, laboral y social, cuando se procede así.
Si la humildad es la verdad, como repiten los santos, quien es excesivamente vulnerable a las críticas y presiones del ambiente, inhibiéndose ante el deber de exponer la verdad por temor a no ser oído o a perder la estimación ajena, no es humilde. Quien se desfonda ante las propias limitaciones y pecados y no se levanta una y otra vez, y siempre, acudiendo al Sacramento de la Confesión, no es humilde. El soberbio, el engreído, el vanidoso, el mandón, el petulante, el irritable, el envidioso, el suspicaz, el resentido..., no son humildes.
La invitación del Señor a no creerse con derecho al puesto principal, es un estilo de vida que tiene muchas manifestaciones. Una de ellas es la facilidad para rectificar cuando la realidad nos persuade de una equivocación o un error de buena o mala fe. Endurecerse, en cambio, y atrincherarse en esa postura juzgando que lo contrario es rebajarse, arrimarse al sol que más calienta o cambiar de chaqueta, es no amar la verdad sino mi verdad, lo cual lleva a colocarse fuera de la realidad, causando dolor a familiares, colegas, amigos..., como causa malestar que un hueso se salga de su sitio, se disloca y duele.
Todos tenemos que introducir rectificaciones en nuestra vida y eso implica un sentido de perfección, de mejora. Se rectifica un vino, para ennoblecerlo. Se rectifica un proyecto, un carácter, una conducta, una cultura, una visión de la vida... Y se abandona un camino equivocado que, honradamente, uno juzga que no va. ¡Cómo cuesta rectificar en el mundo de la política, de las comunicaciones, de la publicidad...! ¡Y, sin embargo, cuánta confianza genera esta práctica entre la buena gente!
La humildad verdadera se verifica en la práctica diaria, no justificando los errores y abusos diciendo eso tan manido de que somos humanos. Alguien se divorcia, y se dice: es humano. Uno comete pequeños fraudes en donde trabaja, y se dice: es humano. Otro ha caído en el mundo de la droga y se dice: es humano... No hay vicio que no se disculpe con esta frase. No existe un modelo más acabado de lo que es verdaderamente humano que la Humanidad de Jesucristo, el nuevo Adán que vino a corregir al primero. Él nos dice hoy: "todo el que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido".
Lectura del santo Evangelio según san Lucas (Lc 14, 1.7-14)
Un sábado, entró Jesús en casa de uno de los principales fariseos para comer, y ellos le estaban espiando. Notando que los convidados escogían los primeros puestos, les propuso esta parábola: –Cuando te conviden a una boda, no te sientes en el puesto principal, no sea que hayan convidado a otro de más categoría que tú; y vendrá el que os convidó a ti y al otro, y te dirá: Cédele el puesto a éste. Entonces, avergonzado, irás a ocupar el último puesto. Al revés, cuando te conviden, vete a sentarte en el último puesto, para que, cuando venga el que te convidó, te diga: Amigo, sube más arriba. Entonces quedarás muy bien ante todos los comensales. Porque todo el que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido. Y dijo al que lo había invitado: –Cuando des una comida o una cena, no invites a tus amigos, ni a tus hermanos, ni a tus parientes, ni a los vecinos ricos; porque corresponderán invitándote, y quedarás pagado. Cuando des un banquete, invita a pobres, lisiados, cojos y ciegos; dichoso tú, porque no pueden pagarte; te pagarán cuando resuciten los justos.
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