La bisnieta del ingeniero, apoyada por la familia, quiere que el autogiro C.30 vuele de nuevo. «Un inventor español en América». Así tituló ABC su portada del 27 de noviembre de 1930. Juan de la Cierva posaba en aquella primera página mientras «supervisaba la construcción de su invento –el autogiro– en Pensilvania».
En aquella época, la figura del ingeniero español era ensalzada por la prensa («ilustre», «notable», «sabio») y su carrera, apoyada por las figuras más destacadas de la época, entre ellas el Rey Alfonso XIII. Pero, tras su fallecimiento en 1936, el recuerdo se fue debilitando. A medida que el helicóptero –«hijo» del autogiro– se hacía popular, el invento patrio caía en desuso.
Y con él, el nombre de su creador. Ahora, casi 90 años después de sus primeros prototipos y 83 desde la fabricación del C.30 (con el que dio pie a la producción en masa), Laura de la Cierva quiere hacer que el espíritu de su bisabuelo viaje de nuevo por los cielos de España. Para ello ha puesto en marcha una iniciativa con la que espera hacer volar un nuevo Cierva C.30 y honrar el legado de uno de los mayores inventores del siglo XX. Las dificultades técnicas son muchas, pero también la ilusión.
La idea original tenía como objetivo restaurar el C.30 que actualmente se encuentra en el Museo del Aire de Madrid. Pero esa opción no es viable ahora mismo: se trata de un Bien de Interés Cultural, y para sacarlo del museo haría falta la firma de Patrimonio, del Ejército y un seguro que podría llegar al millón y medio de euros, según explica un experto a ABC. Además, muchas de las piezas originales serían imposibles de reconstruir y certificar para conseguir el permiso de vuelo.
Pero siempre que se cierra una puerta se abre una ventana: el plan actual pasa por reconstruir una réplica exacta al autogiro Cierva C.30, de tal manera que pueda volar manteniendo intacto el espíritu original. Con el respaldo de varios patrocinadores y de la familia De la Cierva al completo, en especial de Ana María, única hija viva del inventor, Laura reconstruirá el C.30 –bautizado «Juanito C.30»– a partir de los planos que ya se utilizaron en el intento de 1997 de hacer volar el autogiro original. Aquella empresa es una muestra de lo complicado que es.
El Ejército del Aire, la Fundación Juan de la Cierva y la Fundación Infante de Orleans se volcaron, con el apoyo expreso del Rey Juan Carlos, en poner en el aire uno de los pocos C.30 de la época que han llegado a nuestros días. La reconstrucción se realizó en la Maestranza de Albacete a partir de los planos del genio español. El trabajo fue tan preciso que arrastraron un error de cálculo de los manuscritos de De la Cierva y, pese a que en las pruebas en Albacete el autogiro voló sin problemas, el día de la exhibición ante el Rey la cosa no salió tan bien. «El rotor entró en resonancia y hubo un accidente. Fue por las condiciones del viento, que el propio Juan de la Cierva corrigió en textos posteriores, pero nadie se dio cuenta antes», explica un miembro del Ejército del Aire que participó de primera mano en aquel intento.
El mundo del autogiro vive ahora un buen momento gracias a pequeños círculos de aficionados. Pero no siempre fue así. Hace 30 años, uno de los principales inventos españoles languidecía entre el desconocimiento y el ostracismo. En ese momento Ángel Malagón y Ángel Serrano, apasionados del aire, crearon el Gyroclub De la Cierva, la primera escuela de vuelo de autogiros. Ellos y otros pioneros han tratado de mantener siempre en los cielos un invento que tuvo más recorrido fuera de nuestro país que en España.
Para lograr que no solo los aficionados sino todo el público se acerque a la figura del ingeniero murciano, su bisnieta negocia en varios frentes. El principal, la reconstrucción del C.30, avanza con viento en cola. Pero además sueña con revivir un momento clave de la aeronáutica. El 7 marzo de 1934 Juan de la Cierva realizó uno de los primeros despegues verticales de la historia en el mítico «Dédalo», el primer portahidroaviones de la Armada Española.
Ahora, 82 años después, su bisnieta contaría con el apoyo de la Armada para, en pocos meses, hacer que cinco autogiros modernos aterricen en el portaaviones Juan Carlos I. Un proyecto que para el 80 aniversario ya intentaron Luis Augusto y otros cuatro pilotos pero que no salió. «Sería un honor ver que esto se cumple ahora. Y se va a cumplir. Sin la colaboración del Ejército no lo podríamos conseguir», explica con pasión Laura de la Cierva.
abc.es
Publicar un comentario