Escribe Ernesto Juliá: ¿Está Rusia reconstruyendo su alma, que de tantas maneras y a lo largo de los siglos ha sufrido durísimos y frecuentes ataques, y que los comunistas han soñado alguna vez que podían destrozarla del todo tratando de esterilizar sus raíces religiosas?
En los jardines del Kremlin, en el lugar donde una llama y dos militares de guardia veneran la memoria de los soldados rusos muertos en todas las guerras, se yergue un monolito de piedra blanca.
Hasta hace unos años, una lista de personajes influyentes, políticos, intelectuales, artistas, que bien directamente bien por su influencia, habían tenido parte en la instauración del comunismo en el país, adornaba el lado frontal del monolito. Hoy, todos esos nombres han sido cancelados. En su lugar, el visitante puede leer la lista completa de los últimos zares de la dinastía Romanov, capítulo cerrado para siempre en la historia del pueblo ruso.

En un cruce de avenidas cercano a uno de los edificios del Museo Pushkin se alza un pequeño templo, con un icono de Cristo en la fachada. Durante los años álgidos de Lenin y de Stalin, la antigua iglesia que acogía a los creyentes en ese rincón de la ciudad, fue destrozada. El pequeño templo de hoy fue construido en 1996 en su recuerdo.
La Plaza Roja, cercana a estos lugares,  está limitada al Este y al Oeste por la Catedral de san Basilio, en todo su esplendor de templo ortodoxo, y por el Museo de la Historia. Junto al museo, una pequeña iglesia dedicada a la Virgen de Kazan. Esta iglesia, destrozada y eliminada en los años treinta, ha sido reconstruida en los años noventa con los mismos tonos rosas, azules, verdes de sus muros y de sus tejados, y con el esplendor dorado de sus cúpulas.
Una copia del icono de la Virgen en el muro lateral invita al caminante −los rusos y las rusas marchan a paso más bien rápido− a un momento de silencio y de oración.
¿Está Rusia reconstruyendo su alma, que de tantas maneras y a lo largo de los siglos ha sufrido durísimos y frecuentes ataques, y que los comunistas han soñado alguna vez que podían destrozarla del todo tratando de esterilizar sus raíces religiosas?
El número de hombres descendió drásticamente en los años 45-55, por los millones de muertos en la guerra, por los millones de asesinados en las “purgas” que no cesaron hasta muy tarde, y por  el asesinato de los cientos de miles de prisioneros rusos que al final de la guerra estaban en campos de concentración alemanes, que los aliados −Usa, Francia, Inglaterra− devolvieron a Rusia, rechazando la petición de asilo político que hicieron, jefes, oficiales y soldados. Bien conscientes como estaban que a Stalin le faltaría tiempo para enviarlos a Siberia y matarlos a todos “como traidores de la patria”; al ver rechazada su petición de asilo, algunos se suicidaron. Los demás, murieron fusilados al llegar a Rusia. 
La población crece y a buen ritmo. Las familias son ayudadas por el Estado por cada hijo que nace, y con un generoso permiso de trabajo para que las madres cuiden a los hijos. Están dando la batalla para desarraigar el aborto de la conciencia popular, y poco a poco la van venciendo aunque les falta mucho camino todavía por andar. De los tres-cuatro millones al año en los tiempos comunistas, están ahora en torno a los ochocientos mil.
En el Museo Pushkin se puede contemplar un cuadro del año 1935 de Hans Grundig que parece presagiar una parte de toda esta situación. Detrás de una línea de edificios se ve el resplandor de una fuerte explosión; las casas comienzan a desmoronarse; las calles están cubiertas con los cadáveres de hombres y de animales. El título no puede ser más expresivo: “El signo del futuro”.
¿Sólo queda destrucción? No. Los hombres y las mujeres se santiguan tres veces antes de cruzar la puerta al entrar o salir de un Monasterio; al entrar en una iglesia; al situarse ante el icono de la Virgen, de un santo. Desde 1995 la libertad religiosa se ha asentado con firmeza en toda Rusia. El templo de san Luis de los franceses, que fue el único lugar en el que se mantuvo viva la presencia de los católicos en Moscú durante el periodo comunista, hoy se ve acompañado por otras tres iglesias católicas más, entre otras las Catedral de la Inmaculada; además de por otros lugares públicos de culto en edificios de congregaciones y órdenes religiosas, y de otras instituciones de la Iglesia Católica..
La Catedral de la Inmaculada, levantada después de la primera ley de libertad religiosa en 1905, barrida al suelo durante los tiempos de Stalin, ha sido levantada de nuevo en el mismo terreno devuelto por Yeltsin en los años 90. De esa Catedral sale desde hace algunos años la procesión del Corpus Christi: única procesión Eucarística que se celebra en Moscú. En 1917 se celebró la última procesión del Corpus en San Petersburgo: acudieron más de 40.000 personas.
No sé si un día los ecos de la Procesión en torno a la Catedral llenarán el silencio de la Plaza Roja; y dejarán ya para siempre sin eco alguno el cadáver de Lenin. Cuando eso suceda, otro capítulo de la historia de Rusia se cerrará también para siempre.
Sí sé que Grundig pintó sólo una cara del futuro: la cara de la muerte y de  la desolación. Los muertos de su cuadro han comenzado a resucitar. La presencia viva de la Iglesia Católica, con el anuncio de la Cruz y de la Resurrección de Cristo, vivo en la Eucaristía y en las obras de misericordia, inyectará también nuevo espíritu en la cansada y sufrida alma rusa.
Sólo me queda preguntar: ¿ayudará el resurgir del alma rusa a dar un poco de vigor espiritual a la decadente Europa de la “ideología de género”?
Ernesto Juliá, en religionconfidencial.com.