Muchas personas me lo han preguntado: ¿Cómo debemos votar en el referendo por la paz?
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Mi respuesta ha sido siempre la que nos han ofrecido nuestros obispos: cada colombiano debe estudiar los acuerdos; reflexionar; si es creyente, hacer oración; y luego votar en conciencia.
Nadie debe interpretar esta postura de la Iglesia como un abandono a sus feligreses, según decía algún irresponsable en una página web. Ese tipo de personas son las mismas que, cuando la Iglesia toma una postura que no les gusta, por ejemplo: en una votación en el senado sobre adopción de niños por parejas del mismo sexo, insisten en que la Iglesia no debe “meterse en política.” O sea que si, en casos moralmente graves y claros la Iglesia habla, se está “metiendo en política;” pero si en casos dudosos y controvertidos apela a la conciencia de las personas, está “abandonando el rebaño.” Todo indica que para algunas personas cualquier ocasión es buena para despreciar y vituperar a la Iglesia Católica.
En mi caso, que es el de millones de colombianos, veo algunas cosas buenas y varias cosas muy malas en los acuerdos firmados entre el gobierno y las FARC.
Es bueno que el jefe máximo de las FARC ordene un cese al fuego. No es un favor que nos hacen pero es de agradecer que podemos esperar mucha menos violencia en términos de secuestros, narcotráfico de guerrilleros y amenazas a la población civil.
Es muy bueno que la comunidad internacional se haya hecho y se siga haciendo presente, especialmente a través de la ONU. La veeduría internacional es un dato importante, que da credibilidad al proceso.
Es mala la sensación de impunidad que ha quedado en millones de nosotros. Simplificando las cosas, parece que los mandos medios y los guerrilleros rasos quedan mayormente exonerados porque la responsabilidad pesará sobre los máximos dirigentes. Pero estos tampoco pagarán gran cosa ni restituirán prácticamente nada porque pasan a ser parte de un movimiento político, y por supuesto, eso requiere que estén plenamente activos en la vida civil. El resumen y sensación es de impunidad. Cosa que choca cuando se tiene en cuenta la dureza de las penas–penas justas, por lo demás–que se han aplicado a algunos militares.
Es muy dañino que en un acuerdo de paz con las FARC haya amplias porciones de texto que consagran como parte del ordenamiento legal colombiano la ideología de género. Muchos miles de colombianos somos lo suficientemente informados e inteligentes como para ver el juego del presidente Juan Manuel Santos: hace unas pocas semanas, cientos de miles de colombianos, principalmente papás y mamás, se manifestaron en contra de la imposición de la ideología de género. El señor presidente anunció ante las cámaras que no se impondría a través del Ministerio de Educación una reglamentación supuestamente “anti-discriminatoria” que dejaba sin derechos a los papás que no quisieran que sus hijos fueran indoctrinados en la mencionada ideología. Pero, ¡sorpresa!, el caballo de Troya vuelve a entrar como un subcapítulo del larguísimo acuerdo con las FARC.
Claramente estamos ante un mandatario capaz de mentir con sus “juegos de póker,” usando la expresión que él mismo ha tomado para referirse con cierto cinismo a sus estrategias y su astucia. ¿Es de fiar lo que pacte un personaje así? ¿Qué otras trampas y bombas de tiempo están por ahí escondidas? ¿Cuántos de los que románticamente votarán por la “paz” darán aprobación a cosas que son realmente muy difíciles de descubrir, salvo para los expertos?
Reitero: cada quien tendrá que votar en conciencia. Son muchos los factores implicados, y mucha la luz que necesitamos para dar el mejor paso en esta coyuntura de la historia de Colombia.
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