Le sucedió a un pintor, no precisamente famoso. Había donado a una institución un cuadro suyo rodeado de un suntuoso marco antiguo. Una noche entraron los ladrones en aquel edificio. Al día siguiente los guardianes encontraron en el suelo el cuadro sin el marco, el único botín considerado (probablemente con razón) digno de ser robado. Este hecho, que podría transformarse en una parábola, encierra una lección válida para todos; queda bien formulada en la frase hiriente del escritor Émile Cioran (1911 - 1995): “De muchas personas se puede afirmar cuánto valen como se hace con ciertos cuadros cuya parte más preciosa es el marco”.
Hay en la sociedad actual muchas realidades adornadas, envueltas en envoltorios estimables cuyo precio es elevado, pero de valor muy bajo. Hay personas cuya apariencia es asombrosa, pero de sustancia humana y espiritual casi nula. Impecables en el vestir. seductoras hablando, a veces «arregladas» por algún cirujano islámico para eliminarles la pátina del tiempo, se han transformado casi exclusivamente en marcos, en arreglo, en apariencia. Cáscaras doradas, vacías por dentro; trajes elegantes llevados por simples maniquíes. Ya en el siglo XVII el español Baltasar Gracián observaba: «Hay individuos que son sólo fachada, como casas sin terminar por falta de dineros. Tienen la entrada de gran palacio, pero las estancias restantes son como raquíticas cabañas”.
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