“Había un funcionario que tenía un hijo enfermo en Cafarnaún. Oyendo que Jesús había llegado de Judea a Galilea, fue a verle, y le pedía que bajase a curar a su hijo que esta muriéndose. Jesús le dijo: “Como no veáis signos y prodigios, no creéis”. El funcionario insiste: “Señor baja antes de que muera mi niño”. Jesús le contesta: “Anda, tu hijo está curado”. El hombre creyó en la palabra de Jesús y se puso en camino. Iba ya bajando, cuando sus criados vinieron a su encuentro diciéndole que su hijo estaba curado”. (Jn 4,43-54)
No todo lo que reluce es oro.
Hay muchas apariencias que brillan pero no son oro.
En Caná, Jesús hizo el primer milagro: el milagro del vino.
Ahora, Jesús hace su segundo milagro también en Caná o desde Caná.
En el primer milagro, fue María, la Madre, la que se lo pidió.
En el segundo milagro, es un funcionario que le pide sane a su hijo que se está muriendo.
En el primer milagro María era la mujer de la fe.
Y sus discípulos creyeron más en él.
En el segundo milagro es alguien que no tiene fe.
Pero, con la sanación de su hijo “creyó él y toda su familia”.
Con frecuencia nos quejamos y lamentamos de nuestros malos momentos y desgracias.
Y con frecuencia, son esos malos momentos en los que todo parece que toda una familia se va a vestir de luto, por la muerte de un hijo, y se despierta de la fe.
Lo que parecía una desgracia, se convirtió en gracia.
Lo que parecía el final de una vida, se convirtió en comienzo de una vida nueva.
Lo que parecía muerte, se convierte en vida.
Y quienes no tenían fe, comienzan a creer.
Lo que parecía oscuridad se hace luz.
No siempre las desgracias son motivo para perder a fe como muchos piensan.
También los malos momentos pueden ser principio de fe.
También los malos momentos pueden convertirse en gracia.
No todo sufrimiento termina en oscuridad.
No toda desgracia ha de ser fuente de duda en Dios.
Muchos veces son esos malos momentos los que hacen que la fe se avive y despierte.
No siempre encontramos la fe cuando vivimos felices.
Ni esos días de sufrimiento son señales de que Dios nos ha olvidado.
Ni esos días de oscuridad son señales de que estamos perdiendo la fe.
El funcionario llegó a Jesús con el alma rota.
No sabemos que pudo pensar de Jesús.
De seguro que habría escuchado que era un tipo que curaba a todos los enfermos.
Y pensó que también podría devolverle la salud a su hijo.
Subió a Caná destrozadas sus esperanzas.
Y regresó con un alma en la que comenzaba a brotar la primavera.
Dejó a su hijo muriéndose.
Y cuando regresó lo encontró bien sano y vivo.
Y también comenzó a vivir algo nuevo.
También él comenzó a revivir lo que llevaba muerto en su alma.
Y no solo él sino su familia entera.
El que se estaba muriendo fue motivo para que la vida floreciese en su familia.
El que tenía a todos preocupado, se hace fuente de alegría familiar.
¿Qué alguien está enfermo y muriéndose en tu casa?
¿No será para que todos se sanen y comiencen a vivir?
¿Que sientes que la suerte te ha abandonado porque todo te sale mal?
¿Y no será que esa mala suerte puede ser tu mejor suerte?
Cuando acudimos a Jesús nada está perdido.
Es posible que no todo salga según nuestros intereses.
Pero puede que se despierten en nosotros.
¿Y cuando las cosas cambian, realmente comenzamos a creer más en Dios?
No seamos de los que le pedimos milagros y cuando nos los concede volvemos a olvidarnos de él.
Ciertamente que el sufrimiento no tiene nada de atractivo.
Y sin embargo, también el dolor y el sufrimiento, peden ser caminos de fe personal y familiar.
Clemente Sobrado C. P.
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