“Dijo Jesús a sus discípulos: “No creáis que he venido a abolir la ley y los profetas: no he venido a abolir, sino a dar plenitud”. ( Mt 5,17-19)
La ley puede ser un instrumento de esclavitud.
La ley puede ser un instrumento de esterilización espiritual.
Como también un instrumente de libertad.
Como también un instrumento de crecimiento espiritual.
En tiempos de Jesús la Ley lo era todo.
Pero una Ley esclavizante y carente de libertad.
Por eso existían los defensores de la Ley.
Los que vivían a cuenta de la Ley.
Y existían los esclavos y víctimas de la Ley.
Las grandes luchas de Jesús fueron sobre el cumplimiento de la Ley.
Es que él mismo dijo: “No he venido a abolir la Ley”.
Pero añade: “he venido a darle plenitud”.
La ley nunca es un fin.
La ley siempre es un medio.
El peligro está en la mala interpretación de la ley.
Y en convertirla en un fin y no en un medio.
Una es la letra de la ley y otro el sentido de la ley.
Por algo decimos “cumplimiento”: “cumplo y miento”.
Se puede ir a Misa porque está mandado.
He cumplido con la ley.
Pero ¿he vivido la misa?
Pero ¿salgo distinto de la misa?
¿He vivido el sacramento de nuestra fe?
¿He vivido el sacramento pascual?
Se puede ir a confesar:
¿Llevo verdadero arrepentimiento?
¿Estoy decidido de verdad a cambiar?
¿No será que voy a tranquilizar psicológicamente la conciencia?
Pero a la confesión siguiente sigo igual.
¿Qué ha habido de conversión?
La confesión no es una “lavandería” sino sacramente de penitencia, conversión.
Me confieso, cumplo con la ley, pero yo no cambio para nada.
Se puede perdonar:
Pero a la primera de bastos le recuerdo lo que me hizo.
Cumplí con la ley, pero sigo sin amar al que me ha hecho daño.
Cumplí con la ley, pero sigo resentido y ofendido.
Cumplí con la ley, pero sigo sin amar de verdad a mi ofensor.
Me ha sido infiel y le perdono.
Pero cambio de cuarto, no quiero saber nada con él.
Se puede rezar:
Pero mi oración es pura repetición de palabras.
Pero mi oración no me une al Señor.
Pero mi oración no cambia mi corazón.
Pero mi oración no me hace más amigo de Dios.
He cumplido con la ley de orar.
Pero no he vivido la ley que es una experiencia de Dios.
Puedo aceptar la ley del segundo mandamiento.
Pero yo sigo sin amar a mi hermano.
Yo sigo sintiéndolo extraño en mi vida.
Yo sigo sin darme a él.
Yo sigo amando más mis riquezas que a mi hermano.
Jesús no suprime la ley, pero le devuelve su sentido.
“No es el sábado para la ley, sino la ley es para el hombre, pero yo sigo esclavo del sábado”.
No he ido a Misa porque tenía que atender a mis padres viejitos.
Pero a la siguiente no comulgo si no me confieso antes.
No me paso el semáforo.
Porque estoy viendo cerca un policía.
Clemente Sobrado C. P.
Archivado en: Ciclo B, Cuaresma Tagged: amor, cumplimiento, ley, mandamientos
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