17 de diciembre.




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1. La escena del Génesis nos prepara para escuchar luego la genealogía de Jesús.


La salvación futura se perfila de un modo ya bastante concreto en este poema en boca del anciano Jacob que se despide de sus hijos. Es la familia de su hijo Judá la elegida por Dios para que de ella nazca el Mesías. Las imágenes del león y del cetro o bastón de mando, indican que Judá dominará sobre sus hermanos, su tribu sobre las demás.


El anuncio de Jacob se podía entender muy bien como cumplido en David, y luego en Salomón. Pero el pueblo de Israel lo interpretó muy pronto como referido al futuro Mesías.


La linea mesiánica estaría ligada a la tribu de Judá.


Y así, en efecto, aparecerá en Jesús de Nazaret, en quien se cumplen todas las profecías y esperanzas.


El salmo 71, el salmo del rey justo y su programa de gobierno, canta lo que será el estilo del rey mesiánico: la justicia, la paz, la atención preferente a los pobres y humildes. Y además, la universalidad: él será la bendición de todos los pueblos y lo proclamarán dichoso todas las razas de la tierra.


2. GENEALOGIA: Mateo empieza su evangelio con la página que hoy leemos (y que volvemos a escuchar en la misa de la vigilia de Navidad, el 24 por la tarde): el árbol genealógico de Jesús, descrito con criterios distintos de los de Lucas, y ciertamente no según una estricta metodología histórica. Mateo organiza los antepasados de Jesús en tres grupos, capitaneados por Abrahán, David y Jeconias (éste, por ser el primero después del destierro).


Esta lista tiene una intención inmediata: demostrar que Jesús pertenecía a la casa de David. Es la historia del «adviento» de Jesús, de sus antepasados.


Pero no se trata de una mera lista notarial. Esta página está llena de intención y nos ayuda a entender mejor el misterio del Dios-con-nosotros cuyo nacimiento nos disponemos a celebrar.


El Mesías esperado, el Hijo de Dios, la Palabra eterna del Padre, se ha encarnado plenamente en la historia humana, está arraigado en un pueblo concreto, el de Israel. No es como un extraterrestre o un ángel que llueve del cielo. Pertenece con pleno derecho, porque así lo ha querido, a la familia humana.


Los nombres de esta genealogía no son precisamente una letanía de santos. Hay personas famosas y otras totalmente desconocidas. Hombres y mujeres que tienen una vida recomendable, y otros que no son nada modélicos.


En el primer apartado de los patriarcas, la promesa mesiánica no arranca de Ismael, el hijo mayor de Abrahán, sino de Isaac. No del hijo mayor de Isaac, que era Esaú, sino del segundo, Jacob, que le arrancó con trampas su primogenitura. No del hijo preferido de Jacob, el justo José, sino de Judá, que había vendido a su hermano.


En el apartado de los reyes, aparte de David, que es una mezcla de santo y pecador, aparece una lista de reyes claramente en declive hasta el destierro.


Aparte tal vez de Ezequías y Josías, los demás son idólatras, asesinos y disolutos. Y después del destierro, apenas hay nadie que se distinga precisamente por sus valores humanos y religiosos. Hasta llegar a los dos últimos nombres, José y María.


Aparecen en este árbol genealógico también cinco mujeres. Las cuatro primeras no son como para que nadie pueda estar orgulloso de que aparezcan en su libro familiar. Rut es buena y religiosa, pero extranjera; Raab una prostituta, aunque de buen corazón; Tamar una tramposa que engaña a su suegro Judá para tener descendencia; Betsabé adúltera con David. La quinta sí: es María, la esposa de José, la madre de Jesús.


Entre los ascendientes de Jesús hay tantos pecadores como santos. De veras los pensamientos de Dios no son los nuestros (Is 55,8). Aparece bien claro que él cuenta con todos, que va construyendo la historia de la salvación a partir de estas personas. Jesús se ha hecho solidario de esta humanidad concreta, débil y pecadora, no de una ideal y angélica. Como luego se pondrá en fila entre los que reciben el bautismo de Juan en el Jordán: él es santo, pero no desdeña de mostrarse solidario de los pecadores. Trata con delicadeza a los pecadores y pecadoras. Ha entrado en nuestra familia, no en la de los ángeles. Será hijo del pueblo. No excluye a nadie de su Reino.


3. a) También la Navidad de este año la vamos a celebrar personas débiles y pecadoras. Dios nos quiere conceder su gracia a nosotros y a tantas otras personas que tal vez tampoco sean un modelo de santidad. A partir de nuestra situación, sea cual sea, nos quiere llenar de su vida y renovarnos como hijos suyos.


Es una lección para que también nosotros miremos a las personas con ojos nuevos, sin menospreciar a nadie. Nadie es incapaz de salvación. La comunidad eclesial nos puede parecer débil, y la sociedad corrompida, y algunas personas indeseables, y las más cercanas llenas de defectos. Pero Cristo Jesús viene precisamente para esta clase de personas. Viene a curar a los enfermos, no a felicitar a los sanos. A salvar a los pecadores, y no a canonizar a los buenos. Esto para nosotros debe ser motivo de confianza, y a la vez, cara a los demás, una invitación a la tolerancia y a una visión más optimista de las capacidades de toda persona ante la gracia salvadora de Dios.


b) SANTA-PECADORA: La Iglesia de Cristo puede no gustarnos, pero no podemos escandalizarnos y rechazarla. Es una comunidad frágil, débil, pero encargada de transmitir y realizar el programa de vida de Cristo Jesús. Si antes de Cristo la lista era la que hemos leído, después de Cristo no es mucho mejor: Cristo eligió a Pedro y Pablo, Pablo eligió a Timoteo, Timoteo a… y nuestros padres nos transmitieron la fe a nosotros, que somos frágiles y pecadores, y nosotros la comunicaremos a otros. No es cuestión de mitificar la historia de la salvación ni antes ni después de Cristo. Todos somos pobres personas. Lo que sí tenemos que hacer es aceptarnos a nosotros mismos, y aceptar a los demás, a la Iglesia entera, y reconocer la obra de Dios en todos.


La Navidad la celebraremos mucho mejor si sabemos hacernos solidarios de las personas que Dios ama. La salvación es para todos, para las personas normales, no sólo para las santas y famosas, que hacen obras espectaculares o sorprenden a todos con sus milagros y genialidades. Dios eligió también a personas débiles y pecadoras. Jesús no renegó de su árbol genealógico porque en él encontrara personas indeseables.


O Sapientia


«Oh Sabiduría, que brotaste de los labios del Altísimo,

abarcando del uno al otro confín

y ordenándolo todo con firmeza y suavidad:

ven y muéstranos el camino de la salvación»


Todos queremos un corazón lleno de sabiduría, como ya había pedido el joven Salomón al principio de su reinado. Tener sabiduría es ver la historia desde los ojos de Dios.


Pero la sabiduría verdadera es Cristo Jesús, el Verbo (Logos) eterno, la Palabra viviente de Dios, por el que fueron creadas todas las cosas, como nos enseña el prólogo del evangelio de Juan. Al que Pablo llama «sabiduría de Dios» ( I Co 1,24; 2,7). Él es quien nos ilumina y nos comunica su verdad, el Maestro auténtico al que pedimos que venga a enseñarnos el camino de la salvación.




20:57
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