“Pero el ángel le dijo: “No temas, Zacarías, porque tu ruego ha sido escuchado: tu mujer Isabel te dará un hijo, y le pondrás por nombre Juan. Te llenarás de alegría, y muchos se alegrarán de su nacimiento. Pues será grande a los ojos del Señor; no beberá vino ni licor; se llenará de Espíritu Santo ya en el vientre materno, y se convertirán muchos israelitas al Señor, su Dios. Irá delante del Señor, con el espíritu y poder de Elías”… ¿Cómo estaré seguro de eso? Porque yo soy viejo, y mi mujer es de edad avanzada”. (Lc 1,5-25)
La cosa comenzó en el Templo.
La cosa comenzó con olores y humo del incienso.
Pero el hombre del Templo no creyó.
Su ancianidad y la de su esposa pesaban más que la palabra de la promesa.
Su realidad era más fuerte que el poder de la palabra.
Su razonamiento era lógico.
Pero una lógica donde el imposible humana era más fuerte que el poder divino.
Y mientras el hombre del templo se resistía a creer,
Meses más tarde, una sencilla aldeanita de Nazaret creerá.
El hombre del templo pide “seguridades”, “¿cómo estaré seguro?”
La mujercita del pueblo no pide seguridades, sino que se fía y confía, y se abandona en las manos de Dios: “He aquí la esclava del Señor. Hágase en mí según tu Palabra”.
El hombre del templo recibe una señal: “queda mucho los nueve meses de espera”.
La mujercita del pueblo, guarda silencio para rumiar el misterio de Dios.
Los imposibles humanos son los posibles divinos.
La ancianidad es un imposible humano para dar vida a un hijo.
Las posibilidades divinas hacen que los viejos troncos que ya carecen de savia, florecen en paternidad y maternidad.
Zacarías se deja llevar de su razonamiento y su lógica humana.
Pero la palabra de Dios habla de las posibilidades divinas.
Es admirable el actuar de Dios:
Dios se sirve de lo inútil humano.
Dios se sirve de la pobreza humana.
Dios se sirve de los deshechos humanos.
¿No suele ser también esta nuestra actitud?
Más que fiarnos de Dios, miramos nuestras debilidades.
Más que creer en lo que Dios puede hacer en nosotros,
Nosotros miramos y nos encerramos en nuestras impotencias.
¡Cuántos estorbos solemos poner a la obra de Dios en nosotros!
¿Cómo puede Dios hacerme santo con lo pecador que he sido?
¿Cómo quiere Dios que yo cambie con lo viejo que soy?
A mí edad ya no estoy para hacer nada en la Iglesia y el mundo.
¿Será que Dios no puede hacer su obra en nosotros, o no será que somos nosotros quienes le ponemos obstáculos y dificultades?
Toda la vida, desde que nacemos hasta que morimos, somos una posibilidad para Dios.
Dios puede llevar a cabo sus planes en nosotros:
Desde jóvenes.
Desde maduros.
Desde ancianos.
Para Dios nunca es tarde.
Para Dios siempre es tiempo oportuno.
La edad nunca es un imposible para Dios.
La única imposibilidad para Dios son nuestras resistencias.
La única imposibilidad para Dios es nuestra negativa a fiarnos de El.
El Adviento es la posibilidad de lo divino frente las imposibilidades humanas.
Por eso es el tiempo del encuentro con la “Palabra” y de la fe.
Clemente Sobrado C. P.
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