20 de diciembre.

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rey Ajás o Acás.

rey Ajás o Acás.



1. El rey Acaz, en el siglo VII antes de Cristo, no quiere pedir una señal. Tiene unos planes de alianzas militares que no le interesa confrontar con la voluntad de Dios. Pero el profeta le habla y le asegura que se van a cumplir los planes de Dios sobre la dinastía davídica: una muchacha dará a luz un hijo y le pondrán por nombre Emmanuel, Dios-con-nosotros.


El hijo es probablemente Ezequías. Pero tal como lo leemos en el profeta Isaías, ya se refiere al Mesías futuro, el rey perfecto de los últimos tiempos. La versión griega ya tradujo «muchacha» por «virgen», para subrayar la intervención milagrosa divina.


2. En el evangelio de hoy, nosotros, guiados por Lucas, interpretamos el pasaje del profeta con gozosa convicción: la virgen es María de Nazaret, y su hijo el Mesías, Cristo Jesús.


Así se lo anuncia el ángel Gabriel, en este diálogo que puede considerarse como una de las escenas más densas y significativas del evangelio, la experiencia religiosa más trascendental en la historia de una persona y el símbolo del diálogo de Dios con la humanidad. Dios dice su «sí» salvador, y la humanidad, representada en María, responde con su «sí» de acogida: «hágase en mí según tu palabra». Del encuentro de estos dos síes, brota, por obra del Espíritu, el Salvador Jesús, el verdadero Dios-con-nosotros. Entra en escena el nuevo Adán, cabeza de la nueva humanidad. Y a su lado aparece, con un «sí» en los labios, en contraste con la primera, la nueva Eva.


María, una humilde muchacha de Nazaret, es la elegida por Dios para ser la madre del Esperado. El ángel la llama «llena de gracia» o «agraciada», «bendita entre las mujeres», y le anuncia una maternidad que no viene de la sabiduría o de las fuerzas humanas, sino del Espíritu Santo, porque su Hijo será el Hijo de Dios.


Empieza a dibujarse así en las páginas del evangelio el mejor retrato de esta mujer, cuya actitud de disponibilidad para con Dios, «hágase en mí», no será sólo de este momento, sino de toda la vida, incluida su presencia dramática al pie de la Cruz.


María aparece ya desde ahora como la mejor maestra de vida cristiana. El más acabado modelo de todos los que a lo largo de los siglos habían dicho «sí» a Dios ya en el A.T., y sobre todo de los que han creído en Cristo Jesús y le han seguido en los dos mil años de cristianismo.


3. a) Nosotros estamos llamados a contestar también a Dios con nuestro «sí».


El «hágase en mí según tu palabra» de María se ha continuado a lo largo de los siglos en la comunidad de Jesús. Y así se ha ido encarnando continuamente la salvación de Dios en cada generación, con la presencia siempre viva del Mesías, ahora el Señor Resucitado, que nos comunica por su Espíritu la vida de Dios.


Cada uno de nosotros, hoy, escucha el mismo anuncio del ángel. Y es invitado a contestar que sí, que acogemos a Dios en nuestra vida, que vamos a celebrar la Navidad «según tu palabra», superando las visiones superficiales de nuestra sociedad para estos días.


b) Dios está dispuesto a que en cada uno de nosotros se encarne de nuevo su amor salvador. Quiere ser de veras, al menos por su parte, Dios-con-nosotros: la perspectiva que da más esperanza a nuestra existencia. Creer que Dios es Dios-con-nosotros no sólo quiere decir que es nuestro Creador y protector, o que nos llena de dones y gracias, o que está cerca de nosotros. Significa que se nos da él mismo, que él mismo es la respuesta a todo lo que podamos desear, que nos ha dado a su Hijo y a su Espíritu, que nos está invitando a la comunión de vida con él y nos hace hijos suyos. Dios-con-nosotros significa que todo lo que ansiamos tener nosotros de felicidad y amor y vida, se queda corto con lo que Dios nos quiere comunicar.


Con tal que también respondamos con nuestra actitud de ser «nosotros-con-Dios». Eso nos llenará de alegría. Y cambiará el sentido de nuestra vida.


c) El momento en que más intensa es la presencia del Dios-con-nosotros es en la Eucaristía. Ya desde la reunión, porque el mismo Cristo nos aseguró: «donde dos o tres se reúnen en mi nombre, allí estoy yo con ellos». Luego, en la comunión, si le acogemos con la misma humilde confianza que lo hizo María, nuestra Eucaristía será ciertamente fecunda en vida y en salvación.


O clavis David


«Oh Llave de David

y Cetro de la casa de Israel,

que abres y nadie puede cerrar,

cierras y nadie puede abrir:

ven y libra a los cautivos

que viven en tinieblas y en sombra de muerte»


La llave sirve para cerrar y para abrir. El cetro es el símbolo del poder.


Lo que Isaías anunciaba para un administrador de la casa real (22,22), el N.T. Io entiende sobre todo de Cristo Jesús: el Cordero que es digno de abrir los sellos del libro de la historia (Ap 5, 1-9), y en general, «el que tiene la llave de David: si él abre, nadie puede cerrar; si él cierra, nadie puede abrir» (Ap 3,7).


Para nosotros, invocar a Jesús como Llave es pedirle que abra la puerta de nuestra cárcel y nos libere de todo cautiverio, de la oscuridad, de la muerte.




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