Homilía Domingo 4º Adviento (B)

(Cfr. www.almudi.org)





(Sam 7,1-5.8-12.14-16) "Yo seré para él padre, y él será para mí hijo"

(Rm 16,25-37) "A Él la honra y la gloria por Jesucristo"

(Lc 1,26-38) "Dios te salve, llena de gracia, el Señor es contigo, bendita tú entre las mujeres"



Homilía I: con textos de homilías pronunciadas por S.S. Juan Pablo II

Homilía en el seminario menor (20-XII-1981)



--- La libertad ante la vocación divina

“He aquí la esclava del Señor” (Lc 1,38).

Estas palabras de María ocupan el centro de la celebración litúrgica de hoy, IV domingo de Adviento.



Estamos ya muy próximos a la solemnidad de la Navidad, y nuestros corazones se inflaman cada vez más en deseos de amor por Aquél que debe venir. En los domingos, las lecturas de la liturgia nos han presentado la figura austera de Juan Bautista, ejemplo luminoso de espera en la humildad y en la clarividencia.



En cambio hoy tenemos ante los ojos la figura de María, tal como nos la describe el Evangelista Lucas en la clásica escena de la Anunciación. Pensemos en todos los artistas que han reproducido e interpretado ese momento sublime: ¡Cuántos modos diversos de reproducir la experiencia singular y e carácter decisivo de esa hora! Y, sin embargo, todos concuerdan en subrayar la personalidad de María ante el ángel, su profunda actitud de escucha y su respuesta de total disponibilidad: “He aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra”.



Ése fue el momento de la vocación de María. Y de ese momento dependió la posibilidad misma de la Navidad. Sin el sí de María, Jesús no hubiera nacido.



--- El seminario

Queridos hermanos y hermanas, mis queridos muchachos: ¡Qué lección ésta para todos! Vosotros aquí presentes, sois seminaristas o amigos del seminario, y sois también padres y familiares de estos muchachos. Pues bien, el Evangelio de hoy está realmente adaptado a nuestro encuentro, para hacernos reflexionar sobre el gran tema de la vocación.



Efectivamente, sin el Sí de tantas almas generosas no sería posible continuar haciendo nacer a Jesús en el corazón de los hombres, es decir, llevarles a la fe que salva. Pero precisamente es necesario esto: que el “He aquí” de María se repita siempre de nuevo, y como que reviva en vuestra entrega y en la de muchos como vosotros, para que nunca falte al mundo la posibilidad y la alegría de encontrar a Jesús, de adorarlo y dejarse guiar por su luz, como ya les sucedió a los pobres pastores de Belén y a los Magos que llegaron de lejos. Efectivamente, ésta es la vocación: una propuesta, una invitación, más aún, un afán de llevar al Salvador al mundo de hoy, que tanta necesidad tiene de Él. Una repulsa significaría no sólo rechazar la palabra del Señor, sino también abandonar muchos hermanos nuestros en el error, en el sinsentido, o en la frustración de sus aspiraciones más secretas y más nobles, a las que no saben y no pueden dar respuesta por sí solos.



Demos gracias hoy a María por haber acogido la llamada divina, puesto que su pronta adhesión ha estado en el origen de nuestra salvación. Del mismo modo, muchos podrán también agradeceros y bendeciros a vosotros, porque al aceptar la llamada del Señor, les llevaréis el Evangelio de la gracia (cfr. Hch 20,24), convirtiéndoos, como escribe San Pablo, en “colaboradores de su alegría” (cfr. 2Cor 1,24).



--- Familia



Pero para hacer madurar una vocación es necesaria la aportación familiar. La familia es el “primero y mejor semillero de vocaciones a la vida consagrada al reino de Dios” (Familiaris consortio, 53); efectivamente, “el servicio llevado a cabo por los cónyuges y padres cristianos en favor del Evangelio es esencialmente un servicio eclesial, es decir, que se realiza en el contexto de la Iglesia entera en cuanto comunidad evangelizada y evangelizadora” (ib.).

Queridos padres aquí presentes: Os exhorto a continuar siendo cada vez más estos hombres y estas mujeres que sienten a fondo los problemas de la vida de la Iglesia, que se hacen cargo de ellos y saben transmitir también a los hijos esta sensibilidad, con la oración, con la lectura de la Palabra de Dios, el ejemplo vivo. Normalmente una vocación nace y madura en un ambiente familiar sano, responsable, cristiano. Precisamente ahí hunde sus raíces y de allí saca la posibilidad de crecer y convertirse en un árbol robusto y cargado de frutos sabrosos.

(¼) Por esto, también vosotros, queridos familiares, participáis de la vocación de estos muchachos. También vosotros, en cierto sentido, podéis y debéis responder al Señor: “He aquí¼, hágase en mí según tu palabra”, permitiéndole, y, más aún, entregándole el fruto de vuestro amor recíproco. Y estad seguros que vale la pena comprometerse hasta este punto por el Señor y por la Iglesia.



El ángel dijo a María: “El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y la fuerza del Altísimo te cubrirá con su sombra” (Lc 1,35). Pues bien, yo os encomiendo de corazón a esta “fuerza” divina y os confío a ella, porque “para Dios nada hay imposible” (Ib.1,37); al contrario, con su gracia se pueden realizar “cosas grandes”, como cantó la Virgen misma en el Magnificat (cfr. ib.1,49).

La Navidad que llega sea rica de luz y de fuerza para todos vosotros: a fin de que podáis descubrir bien el camino que estáis llamados a recorrer en esta vida terrena, podáis emprenderlo con generosa determinación, y podáis sostenerlo con perseverancia y entusiasmo incesante. ¡Amén!


09:36

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