“Un hombre tenía dos hijos. Llegándose al primero, le dijo: “Hijo, vete hoy a trabajar a mi viña. Y él respondió: “No quiero”, pero luego se arrepintió y fue. Llegándose luego al segundo, y le dijo lo mismo. Y él respondió: “Sí, Señor”, pero no fue”. (Mt 21, 28-32)
La vida se define entre el “sí” y el “no”.
Pero no el “sí” de palabra, sino con el “sí” de la vida.
Somos muchos los que le hemos dicho que “sí” a Dios:
El sí de nuestro bautismo.
El sí de nuestro matrimonio.
El sí de nuestra vocación religiosa.
El sí de nuestro sacerdocio.
El sí de nuestro amor.
El sí de nuestra solidaridad con el hermano.
Pero ¿dónde ha quedado ese “sí” en la realidad de nuestra vida?
Un bautismo que hemos olvidado y no condiciona nuestra vida.
Un matrimonio sacramento que luego no colorea nuestra vida de pareja.
Una vocación religiosa, que, con frecuencia, termina en el olvido de que somos unos llamados y consagrados.
Un sacerdocio que, tantas veces, termina en un funcionalismo y nosotros en unos funcionarios de la Palabra y de los sacramentos.
Un amor que, más de una vez, termina en la ignorancia y olvido de los demás.
Una solidaridad que, más de una vez, termina, en que “cada uno se las vea” y que “cada uno baile con la suya”.
Con Dios no valen las palabras.
Con Dios solo vale el testimonio y sentido de nuestras vidas.
Con Dios no bastan nuestras buenas intenciones. Creo que fue Santa Teresa que decía que “el infierno está lleno de buenas voluntades”.
Con Dios solo vale la verdad y autenticidad de nuestras vidas.
Cada día me encuentro con hombres y mujeres cuyas vidas parecen insignificantes.
Pero que, luego, cuando uno entra dentro de ellos, se tropieza con:
Almas generosas.
Corazones abiertos.
Ilusiones siempre vivas.
Esperanzas que los fracasos no marchitan.
Somos muchos que hemos dicho a Dios que “sí”, pero nuestras vidas siguen siendo un “no”.
Somos muchos los que hemos dicho a Dios que “no”, pero luego nuestras vidas son un silencioso y callado “sí”.
Yo soy de los que hace muchos, pero muchos años, que le dije que sí a Dios. Pero, cada día, me pregunto si mi vida sigue siendo un verdadero sí o, incluso, ni siquiera llega a un “no”, porque prefiero quedarme en un “más o menos”, que significa una vida banal y carente de sentido.
Perdonen ustedes mi indiscreción y atrevimiento, pero personalmente prefiero:
La sinceridad de los que dicen “no” y viven como un “no”.
A la sinceridad de los que dicen “sí” pero viven como “no”.
La sinceridad de los que dicen que “no creen” y viven como incrédulos.
A la sinceridad de los que nos decimos “creyentes” pero luego vivimos como “si Dios no existiera en nuestras vidas”.
No siempre los que llegan primero son los que responden a las ilusiones y a los sueños de Dios sobre ellos.
Es posible que muchos que hemos llegado antes, matemos los sueños de Dios sobre nosotros.-
Como veis la vida es un misterio.
El corazón humano es un misterio.
Decimos que “esperamos con ilusión la Navidad”.
Luego vivimos “como paganos esa misma Navidad”.
Una Navidad que la podemos celebrar al igual que los paganos.
Tal vez, disimulada con una Misa de Gallo, en la que no celebramos sino una costumbre familiar o una simple novedad que rompe el ritmo de nuestras vidas.
Clemente Sobrado C. P.
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