La tía Flora (1906 – 1992) era hermana de mi madre. Casada con el tío Máximo, hombre cariñoso y bueno donde los haya, no tuvieron hijos.
La tía Flora, piadosa, rezadora, de fe, de iglesia, siempre tuvo la ilusión de un sobrino sacerdote. Así que a rezar por esa intención. Diez sobrinos tuvo, cinco chicos y cinco chicas. Servidor, el pequeño. Pero pasaban los años, los chicos mayores se iban echando novia y casando y yo, el pequeño, aunque siempre fui practicante de mi fe, de misa dominical y confesion frecuente, no parecía que pudiera ir por ese camino. Había empezado la universidad y los domingos -entonces era los domingos- acudía a la discoteca con los amigos para estar con las chicas y echar unos bailes.
Visto el éxito de sus rezos, pero sin desanimarse en ningun momento, la tía Flora siguió rezando con la ilusión de que al menos fuera sacerdote el hijo de algún sobrino. Hasta que en el verano de 1973 pude ir a casa a dale la gran noticia: tía, me voy al seminario, así que ahora a rezar para que Dios cuide de mí y me haga un buen sacerdote.
Por fin tal día como hoy, un 26 de diciembre del año 1979, fui ordenado sacerdote en mi pueblo natal, Miraflores de la Sierra, por monseñor Nicolás Castellanos, obispo entonces de Palencia. Me ordené como agustino, posteriormente pasaría al clero diocesano de Madrid, y como agustino acudí al hermano de orden, Nicolás, que además fue quien me animó a hacerlo en el pueblo.
Treinta y cinco años de ministerio en los que he hecho casi de todo. Primero una parroquia grande de clase media, después nueve años cura de barrio – barrio, nueve más de párroco rural de dos pueblos, y actualmente en esta parroquia de la Beata María Ana Mogas.
Junto a esto, he sido profesor de religión y de teología pastoral. Responsable de pastoral de un colegio de más de dos mil alumnos. Capellán y superior de un colegio mayor con casi doscientos colgiales. Arcipreste varias veces. Por dos legislaturas miembro del consejo presbiteral de Madrid.
Es igual. Lo grande es que soy sacerdote por pura misericordia de Dios, quien sabe si urgido por los rezos diarios de la tía Flora. Sacerdote. No lo cambiaría por nada.
¿Por qué cuento hoy lo de la tía Flora? Simplemente para que recordemos el poder de la oración. Tan convencido estoy de sus rezos, que si hoy sigo adelante segurio que en parte es por su intercesión desde el cielo.
Por cierto, tuve el gozo de administrarle los últimos sacramentos y presidir su funeral y entierro. Y sí, el de la foto soy yo el día de mi ordenación. Hasta tenía pelo…
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