Hoy he estado en el hospital. He pasado por la planta de quimioterapia. He visto muchas cosas en el año y medio que llevo. Me acuerdo de la chica joven de 30 años. Una chica de aspecto saludable, muy bella, por cierto. Hablé con ella al día siguiente en que le dieron la noticia a ella de que los tumores que tenía no sólo eran cancerígenos sino además muy agresivos. Tan extendidos que no tenía sentido ni operarla ni darle quimioterapia.
Conversaba con ella y conocedor de que ese ser humano de bellos ojos era un reloj en una imparable y vertiginosa cuenta atrás.
¿Por qué ella se marchaba y yo me quedaba? ¿Por qué el señor anciano del pasillo que visitaba a un familiar, se quedaba? ¿Por qué otros enfermos de ese mismo pasillo que habían llevado una vida tan poco sana, se quedaban, y ella tan joven, tan sana por lo demás, se marchaba? Un misterio. Pero las decisiones de lo alto son inamovibles: tú te quedas, él se marcha.
En este año y medio he visto mucho sufrimiento, mucho dolor físico, mucha necesidad de resignarse ante lo que se tiene. Otros, sin embargo, de visita, cargados de años, son preservados, se quejan de pequeñas cosas, pero el designio de lo alto les mantiene sanos. La salud es una de las pocas cosas de la vida que no se pueden compartir. Cada uno carga con su destino.
Debemos dar gracias a Dios por lo que se nos da, e inclinarnos respetuosamente ante el que marca los designios. La gente no valora la salud, se olvida de ella, se preocupa de las pequeñas cosas sin importancia. Otros, sufriendo durante meses en una habitación, sólo piden no tener dolores, sólo eso. Verdaderamente, no agradecemos lo que tenemos.
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