“El Espíritu Santo le había revelado, que no vería la muerte antes de haber visto al Cristo del Señor… cuando los padres introdujeron al niño Jesús, para cumplir con lo que la Ley prescribía sobre él, lo tomó en brazos y bendijo a Dios diciendo… (Lc 2,22-40)
El nacimiento de Jesús está enmarcado por una serie de imposibles humanos y posibles divinos y por ancianos que, unos ya han perdido la esperanza, como Zacarías, y otros se resisten a morir sin que se realicen sus sueños, como Simeón.
El encuentro del Niño Jesús y sus padres con el viejo Simeón es como:
El encuentro de lo viejo con lo nuevo.
El encuentro de los brazos cansados cargando lo nuevo que comienza.
No es lo viejo que se resiste a la primavera de lo nuevo.
No es lo viejo que no cree en lo nuevo sino que lo espera y lo abraza y lo goza.
Es lo viejo que se siente realizado en lo nuevo que comienza.
“Ahora ya puedo irme en paz”.
Una de las cosas más bellas y humanas a la vez, es ver felices y contentos a los ancianos.
Que un joven ría y cante y baile, nos parece a todos normal.
Pero contemplar a un anciano con la boca llana de risas y cantares es todo un espectáculo.
¿Y a caso no tienen también los ancianos derecho a vivir esa alegría de la vida, esa alegría a ver cómo todavía los pájaros cantan en sus ramas añosas y cansadas de dar fruto?
¿Hay algo más bello que la sonrisa de un niño jugando con la serena sonrisa de un anciano?
¿Hay algo más bello que los brazos de un anciano cargando con un niño recién nacido?
¿Hay algo más bello que un anciano estrechando contra su corazón al niño que acaba de nacer?
Me hubiese gustado ver al Niño Jesús acariciando con sus tiernas manecitas la endurecida barba de Simeón.
Decimos que los jóvenes son esperanza.
Los ancianos ¿no tienen derecho a vivir gozando de las esperanzas vividas y que ya se están apagando porque ya son realidades?
Simeón vivió toda su vida motivado por la esperanza de una promesa.
El Niño Jesús es una esperanza florecida en sus brazos.
El Niño Jesús es la esperanza de Dios en brazos de quien lo esperó toda su vida.
El anciano Simeón vivió toda su vida mirando al horizonte de la promesa que le hizo el Espíritu Santo de que no moriría sin ver al gran esperado de siglos. Por eso, su ancianidad está llena de luz, llena de plenitud, de serenidad.
Solo se camina bien mirando hacia delante.
Solo se ven las cosas bien mirando lejos.
Solo se ven bien los caminos mirando no a los pies.
Solo se ven bien las cosas cuando las miramos con esperanza.
Los ojos con lágrimas tienen dificultad de ver.
Los ojos llenos de optimismo lo ven todo más claro.
A la miopía se la soluciona con unas buenas gafas.
A la miopía de la vida se la soluciona con ojos llenos de fe.
A la miopía del egoísmo se la soluciona con la generosidad del corazón.
Todo camino es largo, para quien está cansando.
Toda dificultad es un imposible, para quien ha perdido la esperanza.
Todo problema es una derrota, para quien no sabe afrontarlo.
No se escucha a los demás, cuando sólo nos escuchamos a nosotros mismos.
No se escucha el dolor del otro, cuando solo se piensa en la propia felicidad.
No se escucha el silencio de los otros, cuando solo escuchamos nuestras propias voces.
La vida necesita:
mirar,
mirar lejos,
mirar con esperanza,
mirar con amor,
mirar escuchando a los demás, escuchando en el corazón las promesas de Dios.
Escuchar los pasos de Dios en la historia.
Escuchar la voz el Espíritu que cada día nos invita a seguir esperando.
Llevar encendidas las luces de nuestra mente y de nuestro corazón.
Saber ver llegar el futuro, tantos años esperado como Simeón, y sentir que nuestro corazón canta como el suyo:
“Ahora, Señor, puedes, según tu palabra,
Dejar que tu siervo se vaya en paz;
Porque han visto mis ojos tu salvación,
La que has preparado a la vista de todos los pueblos,
Luz para iluminar a las gentes
Y gloria de tu pueblo Israel”.
¡Familia, también los ancianos son familia!
¡Tan familia es el anciano que ya mira al atardecer del largo día de la vida, como el niño que acaba de amanecer y comienza el camino!
En el bosque hay árboles recién plantados. Hay árboles ya crecidos. Y hay árboles cuyas hojas se ponen amarillas. Así es o tiene que ser cada familia. La vida que nace y es recibida en los brazos de los abuelos, ya cansados de regalar vida.
Clemente Sobrado C.P.
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