“Y Dios es la Palabra”
“Y el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros”. (Jn 1,1-19)
Una de las cosas más bellas que nos revela la Navidad es que Dios no es mudo, sino que Dios habla. Dios es palabra.
Y lo más bello todavía es que:
No solo dice palabras como nosotros.
Dios mismo todo él es palabra.
Todo en Dios habla.
¿No les parece estupendo que nosotros:
En vez de hablar tantas palabras,
Toda nuestra vida fuese toda ella palabra.
Está bien que hable nuestra lengua.
Mejor aún si hablase nuestra vida.
Que toda nuestra vida fuese palabra.
Porque todos somos conscientes de que:
Hay demasiadas vidas mudas.
Vidas que no dicen nada.
¿Y para qué queremos vidas mudas?
La Navidad es la gran Palabra de Dios.
La Navidad Dios revelado como palabra.
Pero además es una palabra de lo más original:
En esa palabra hay “creatividad”: “todo se hizo por ella”.
Porque Dios comenzó creando por medio de la palabra: “Y dijo Dios…”
En esa palabra hay “vida”: porque cada palabra de Dios despierta vida en nosotros. No es palabra que hiere o mata, sino palabra que hace brotar la vida.
En esa palabra hay “luz”: y quien la escucha ya no camina en tinieblas.
La Navidad nos revela:
No un Dios solitario y aburrido.
Sino un Dios que es comunicación y es comunión.
Comunicación y comunión al interior de él mismo.
Y comunicación y comunión con cada uno de nosotros.
La Navidad es el Dios con nosotros, cercano a nosotros, hecho uno como nosotros.
La Navidad somos nosotros con Dios, cercanos a Dios y hechos rostros humanos de Dios.
Cuando nosotros queremos ver nuestro rostro necesitamos de un espejo.
Cuando Dios quiere ver su rostro, solo necesita mirar a su hijo encarnado y hecho hombre en un establo de pastores.
Cuando nosotros queremos vernos a nosotros mismos, el mejor espejo es mirarnos en el Niño en el pesebre.
Cuando Dios quiere verse a sí mismo, le basta mirarnos a nosotros.
La palabra es para decirnos a nosotros mismos.
La palabra es para decirse Dios a los hombres.
Por eso mismo la Navidad es:
La fiesta de la palabra.
La fiesta de la comunicación.
La fiesta de la comunión.
La fiesta del “decirse de Dios a los hombres”.
La fiesta del “decirnos nosotros a Dios”.
La fiesta del comunicarnos y del “decirnos los unos a los otros”.
La fiesta del “encuentro” de Dios con nosotros.
La fiesta del “encuentro” de nosotros con Dios.
La fiesta del “encuentro” entre nosotros los hombres:
La fiesta del “decirse” a sí mismos los esposos.
La fiesta del “decirse” los padres a los hijos.
La fiesta del “decirse” los hermanos entre sí.
La fiesta del “decirnos” todos a todos.
La fiesta del “decirnos” a todos como luz.
La fiesta del “decirnos” a todos como vida.
El disentir nace también de la acción del Epíritu Santo, también de nuestras diferencias personales:
El Espíritu habla a todos y a cada uno de manera diferente.
Ahí está la pluralidad de carismas.
No para dividir sino para crear comunión en la diversidad.
¿Por qué marido y mujer han de pensar igual?
¿Por qué los hijos y padres tienen que pensar igual?
¿Por qué en la Iglesia hemos de tener todos los mismos criterios?
Es la diferencia la que enriquece el matrimonio, la familia y la Iglesia.
Clemente Sobrado C. P.
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