“Zacarías, padre de Juan, lleno del Espíritu Santo, profetizó diciendo: “Bendito sea el Señor, Dios de Israel, porque ha visitado y redimido a su pueblo, suscitándonos una furza de salvación en la casa de David, su siervo, según lo había predicho, desde antiguo, por boca de sus santos profetas”. (Lc 1,67-79)
Tras nueves meses de silencio, habla el mundo.
El misterio de la concepción y gestación de Juan fue madurando la fe del mudo.
El silencio puede ser oscuridad.
Pero el silencio puede ser también iluminación de la fe.
Durante nueve meses Zacarías guarda silencio.
Mientras Juan va creciendo en el vientre de la anciana Isabel, en el corazón de Zacarías va creciendo la fe en el misterio y poder de Dios.
Es bueno el silencio para escuchar.
Es bueno el silencio para meditar.
Es bueno el silencio para interiorizar.
Es bueno el silencio para escuchar el silencio de la fe.
Es bueno el silencio para escuchar la Palabra de Dios.
Es bueno el silencio para madurar en la fe.
Es bueno el silencio para que la Palabra germine en el alma.
Recién ahora el silencio:
Se hace palabra de gratitud.
Se hace palabra de canto a las maravillas de Dios.
Se hace palabra de canto de la historia de Dios con su Pueblo.
Primero fue el canto de la creyente María:
Reconociendo su propio misterio.
Reconociendo la obra de Dios en la disponibilidad de su virginidad.
Ahora es el canto del hombre del Templo que dudaba y demandaba pruebas.
Reconociendo la obra de Dios en la sequedad de la vejez.
Reconociendo la obra de Dios en su pueblo.
Reconociendo que en el tronco viejo de dos vidas ha germinado el que será el que anuncie lo nuevo.
Zacarías se siente inmerso en la difícil historia de su pueblo.
Pero también se siente abierto a lo que está germinando en otro vientre virginal.
El Magnificat de María como el Benedictus de Zacarías:
Son el reconocimiento del misterio de Dios.
Son el agradecimiento hecho oración.
Son el agradecimiento hecho canto.
El Magnificat es el canto a lo nuevo que comienza.
El Benedictus es el canto al anuncio del fin del pasado.
Todos tenemos:
Nuestro “Benedictus” que es el recuerdo de nuestro pasado.
Nuestro “Magnificat” que es el canto a lo que Dios ha hecho en nosotros y a lo que sigue haciendo cada día.
Lo importante es que nuestra oración:
Deje de ser un lamento.
Deje de ser una nostalgia.
Y sea un cántico, incluso que muchos veces hemos sido “Zacarías” que hemos dudado y hemos pedido pruebas a Dios.
Que la Navidad sea un cántico de acción de gracias al amor del Padre.
Que la Navidad sea un cántico de acción de gracias a ser tan semejante a nosotros.
Que la Navidad sea un cántico de acción de gracias a Jesús, el niño que viene a salvarnos.
Clemente Sobrado C. P.
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