“Genealogía de Jesucristo, hijo de David, hijo de Abraham… y Jacob engendró a José, el esposo de María, de la que nació Jesús, llamado Cristo”. (Mt 1,1-17)
Nunca he sido aficionado a las genealogías. Eso de “árbol genealógico” siempre me ha resultado extraño. Pero la genealogía de Jesús sí me ha despertado siempre cierta curiosidad. En primer lugar porque todos esos nombres son un trabalenguas, y hasta me imagino que la gente que escucha esta lectura en la Misa se duerme y aburre. Y sin embargo muestran un realismo maravilloso. Muestra la verdad humana de Jesús tal y como es.
En su genealogía no todo es trigo limpio. En ella figuran:
Un Abraham venido del paganismo.
Figura un David que comenzó siendo pastor de ovejas.
Figura un José, que no pasa de un simple carpintero de aldea.
Y figuran, y esto sí resulta extraño, cuatro mujeres:
Tamar, que termina prostituyéndose (Gn 38,2-26)
Rut, que era una extranjera.
Rahab, otra extranjera y prostituta.
Betsabé, la mujer de Urías, adúltera. (2 Sam 11,4)
Claro que luego aparece una quinta: María, que salva la situación como la “llena de gracia” y la escogida para ser la “madre de Jesús”.
Resulta admirable el estilo de Dios:
Quiere aparecer tomando parte de nuestra historia tal y como ella es.
Con su santidad y su pecado.
Con su universalismo.
Jesús no se hace ascos de tener en su línea genealógica a prostitutas, extranjeras, adúlteras.
Asume nuestra condición humana como es en realidad “santa y pecadora”.
Ama al mundo como el mundo es con todo lo que tiene de manifestación como de oscurecimiento de Dios.
Y así será luego también su vida:
Andará, comerá con publicanos y pecadores.
Defenderá y dará cara por la adúltera.
Nunca llueve a gusto de todos.
Como tampoco sopla el viento a gusto de todos los veleros.
Tampoco estamos llamados a vivir en un mundo ideal donde todo sea fácil y cómodo para vivir nuestra fe.
Y una gran lección que aún no hemos aprendido:
Juzgar a los hijos por los pecados de los abuelos o padres.
Y que hasta la misma Iglesia, en algún tiempo, no aceptaba al sacerdocio esos “llamados hijos ilegítimos”, que ¡vaya por Dios! es algo que nunca he entendido porque todo hijo es legítimo, por más que su origen no siempre esté limpio.
Y hasta tengo la idea de que algún santo las pasó mal para que aceptasen su causa, porque en Roma, se enteraron que era “hijo ilegítimo”. ¡Pobres santos!
Jesús no se hace problemas para encarnarse en un vientre virginal, por más que en su genealogía, no todas eran “vírgenes santísimas” sino que había también buenas piezas: mujeres de la vida, adulterio e infidelidad, y eso por la línea femenina, porque de la masculina no se dice nada. Eso se da por sabido. ¡De seguro que todos eran unos santos!
Menos mal que Jesús nunca hizo ni mandó hacer su “escudo genealógico”. Su único escudo genealógico es “el Pesebre y la Cruz”. Pero pienso ¿qué símbolos pondría en él? Estoy seguro que aparecería la gracia y el pecado, santos y pecadores.
Por eso, al verle ahora encarnado en nuestra naturaleza humana, uno siente paz, serenidad y hasta satisfacción, porque en él descubrimos no ese “Dios lejano” de los filósofos, sino “ese Dios cercano”, “hecho uno de nosotros”. Un Dios que se le puede tocar con la mano y un Dios cuyos vestidos están manchados por el polvo de los caminos.
Clemente Sobrado C. P.
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