“Había una profetisa, Ana, hija de Fanuel, de la tribu de Aser. Era una mujer muy anciana, de jovencita había vivido siete años casada, y luego viuda hasta los ochenta y cuatro; no se apartaba del templo día y noche, sirviendo a Dios con ayuno y oraciones. Acercándose en aquel momento, daba gracias a Dios y hablaba del niño a todos los que aguardaban la liberación de Jerusalén”. (Lc 2,36.40)
La Encarnación y la Navidad están rodeadas de ancianos.
Lo nuevo está como ornamentado de lo viejo.
Lo que comienza está señalado por lo que termina.
Antes del nacimiento: Zacarías e Isabel.
Después del nacimiento: Simeón y Ana.
Dios comienza su historia entre nosotros valorando la ancianidad, la vejez.
Para Dios, los ancianos:
No son seres inservibles ya.
No son monumentos al recuerdo.
No son algo inútil con lo que nadie cuenta.
Sino presencia del pasado y marco que ornamenta lo presente y futuro.
Un mensaje de gran actualidad:
Nosotros estamos marcados por la productividad.
Y a los ancianos los vemos como una especie de estorbos.
El Papa Francisco decía que “una sociedad que no valora al niño y al anciano no tiene futuro”.
El 23 de noviembre de 2013, en su Homilía en Santa Marta hace un elogio de la ancianidad muy sensible. Dijo:
«Recuerdo que cuando éramos niños nos contaban esta historia. Había una familia, un papá, una mamá y muchos niños. Y estaba también un abuelo que vivía con ellos. Pero había envejecido y en la mesa, cuando tomaba la sopa, se ensuciaba todo: la boca, la servilleta… no daba una buena imagen.
Un día el papá dijo que, visto lo que sucedía al abuelo, desde el día siguiente tendría que comer solo. Y compró una mesita, la puso en la cocina; así el abuelo comía solo en la cocina y la familia en el comedor.
Después de algunos días el papá volvió a casa y encontró a uno de sus hijos jugando con la madera. Le preguntó: “¿Qué haces?”. “Estoy jugando a ser carpintero”, respondió el niño. “¿Y qué construyes?”. “Una mesita para ti papá, para cuando seas anciano como el abuelo”. Esta historia me hizo mucho bien para toda la vida. Los abuelos son un tesoro».
Y añadió:
“La memoria de nuestros antepasados nos conduce a la imitación de la fe. Es verdad, a veces la vejez es un poco fea por las enfermedades que comporta. Pero la sabiduría que tienen nuestros abuelos es la herencia que debemos recibir.
Un pueblo que no custodia a los abuelos, que no respeta a los abuelos no tiene futuro porque ha perdido la memoria.
«Nos hará bien pensar en tantos ancianos y ancianas, en los muchos que están en las residencias y también en los muchos que —es fea la palabra pero digámosla— están abandonados por sus seres queridos», agregó luego el Santo Padre, recordando que «ellos son el tesoro de nuestra sociedad.
Recemos por ellos para que sean coherentes hasta el final.
Este es el papel de los ancianos, este es el tesoro.
Recemos por nuestros abuelos y por nuestras abuelas que muchas veces desempeñaron un papel heroico en la transmisión de la fe en tiempos de persecuciones». Sobre todo en los tiempos pasados, cuando los papás y las mamás a menudo no estaban en casa o tenían ideas extrañas, confusas por las ideologías en boga de esos tiempos, «fueron precisamente las abuelas las que transmitieron la fe».
De Ana, nos dice Lucas:
Casada siete años siendo joven.
Ochenta y cuatro años viuda.
No se apartaba del templo día y noche.
Sirviendo a Dios con ayunos y abstinencias.
Daba gracias a Dios y hablaba del niño a todos los que aguardaban la liberación de Jerusalén.
Bella imagen que nos recuerda a los abuelos como “los retransmisores de la fe”. Suplentes, en muchos casos de los padres. Y educadores en la fe.
El año 2014 ya está ancianito.
Sin embargo aún nos sigue hablando de la Navidad y animando a la gozosa esperanza del 2015.
Demos gracias al Señor, entre otras cosas, por el don y regalo que nos ha hecho en nuestros ancianos. ¿A cuántos han anunciado a Jesús este año nuestros abuelos?
Clemente Sobrado C. P.
Archivado en: Ciclo B, Navidad Tagged: abuelos, ana, ancianidad, Jesus, Jose, maria, profetisa, vejez
Publicar un comentario