“El Espíritu Santo vendrá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra,
por eso el que ha de nacer será santo y será llamado Hijo de Dios”. (Lc 1, 26-38)
¡Qué pequeños somos y, a la vez, qué grandes somos!
Conocemos mejor nuestra pequeñez, que nuestra grandeza.
Es que toda la vida se han empeñado en decirnos “que no valemos para nada”.
¡Qué pocas veces escuchamos a los padres decir a sus hijos:
“hijo, qué grande que eres”!
¡Qué pocas veces escuchamos en nuestra predicación:
“hermanos, qué grandes que son ustedes”!
¡Qué pocas veces, a lo largo de mi formación religiosa, he escuchado a mis directores decirme:
“Clemente, qué grande que eres”!
El miedo a la “soberbia” nos ha llevado a todos a una baja autoestima.
El miedo a la “soberbia” nos ha llevado a muchos, a vivir con un tremendo complejo de inferioridad.
El miedo a la “soberbia” ha frustrado en nosotros muchos sueños e ilusiones.
Porque cuando brotaban, otros se encargaban de mocharlas y cortarlas.
Por eso, me resulta encantador el relato de la “anunciación a María”.
Primero, la “llena de gracia”.
Luego, “le has caído de maravilla a Dios”.
Para luego, decirle:
“El Espíritu Santo vendrá sobre ti”.
“El Altísimo te cubrirá con su sombra”.
“El que ha de nacer de ti será Santo y será llamado Hijo de Dios”.
¿Se le puede decir a alguien, algo más maravilloso?
Es como decirle: ¡qué grandaza que eres María!
Y a María no se le subieron los humos a la cabeza.
Ni dejó de saludar al día siguiente a todas las viejas que encontró con su cántaro en la fuente del pueblo.
A María se le llenó el corazón de gozo y de alegría y el vientre se le llenó de Jesús haciéndose hombre, pero siendo “santo e Hijo de Dios”.
A María se le llenó la vida de “encarnación”, de Navidad.
Somos mucho más grandes de cuanto nosotros mismos nos imaginamos.
No creamos a quienes nos dicen que no valemos nada.
No creamos a quienes tratan podar las alegrías de nuestra grandeza en el Espíritu.
Porque también sobre cada uno:
“ha venido el Espíritu Santo”.
“y el Altísimo nos ha cubierto con su sombra”.
“y lo que nace en nosotros es también un hijo de Dios”.
No es la estatura física la que nos hace grandes.
Es lo que todos llevamos dentro, lo que realmente nos engrandece.
Es el Espíritu Santo el que, cada día:
Nos enciende e ilumina interiormente.
Nos descubre el verdadero rostro de Dios.
Nos ilumina para comprender el Evangelio de Jesús.
Nos fecunda espiritualmente llenándonos de la experiencia de Dios.
Nos fecunda espiritualmente para llevarnos camino de la santidad
Nos fecunda espiritualmente convirtiéndonos en templos vivos de Dios.
Nuestra vida espiritual está, con frecuencia, llena de muchas cosas piadosas, que no podemos decir que estén mal. Pero que no van a la raíz de nuestra condición de creyentes.
Necesitamos sentirnos más habitados por el Espíritu Santo.
Porque él es el que lleva a cabo la obra de Dios en nosotros.
Porque él es el que encarna a Dios en nuestros corazones.
Aquí en el Perú hay una linda canción que dice: “Tengo el orgullo de ser peruano y soy feliz”.
Aquí y en cualquier parte del mundo, el cristiano tendría que cantar gozoso:
“Tengo el orgullo de ser creyente y soy feliz”.
“Tengo el orgullo de sentirme fecundado por el Espíritu Santo y soy feliz”.
“Tengo el orgullo de sentir que el Altísimo también me ha cubierto con su sombra” y que cuanto hago es expresión y manifestación de la gracia de Dios y es revelación y encarnación de Dios en el mundo.
“Tengo el orgullo de sentir que Dios me ha hecho también a mí, su Navidad para los hombres”.
El “elogio” puede ser una de las maneras más bellas de amar a una persona.
Clemente Sobrado C. P.
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