Recuerdo que a Monseñor Eduardo Fuentes le preocupaba que el Seminario diera una formación muy acorde con las directrices de la Iglesia, en unos tiempos algo confusos, pero también que fuera muy adecuada a las necesidades de la diócesis. También le causaba desvelos y preocupación sacar adelante económicamente la institución. Recuerdo que en su lecho de muerte, pocos días antes de su fallecimiento estaba pendiente de que el Seminario no sufriera quebranto y nos pedía a los formadores que cuidáramos este aspecto. Tras su fallecimiento, casi como un milagro, se asentó la institución y mejoró su situación económica, creciendo enormemente las aportaciones de las parroquias de la diócesis.
Monseñor Eduardo era muy servicial y no le gustaba que le sirvieran. Recuerdo que en una ocasión, viniendo de Guatemala a Sololá, se nos pinchó una llanta del carro al P. Luis y a mí. Providencialmente Monseñor Eduardo regresaba también por la misma carretera, paró su carro y se puso a soltar los tornillos de la llanta con tanto ímpetu que se le rompió el pantalón. No se inmutó por ello, ayudó a cambiar la llanta, cubrió como pudo la rotura con su saco, y nos acompañó hasta el taller, permaneciendo en pie para disimular su maltrecho pantalón, mientras arreglaban la llanta.
También lo recuerdo, especialmente cercano y familiar, compartiendo la cena navideña y de fin de año con los sacerdotes que estábamos lejos de nuestra familia y de nuestro país. En esas ocasiones luchaba con el sueño y aguantaba por hacernos agradable la noche y ayudarnos a superar la nostalgia en fechas tan señaladas.
La foto está tomada en Panajachel, en la residencia episcopal. Se me ve a mí, con Mons. Eduardo, unos profesores de Pamplona, que estaban de visita, y el P. Juan y el P. Javier ¡Qué tiempos aquellos!
Publicar un comentario