Lo del vídeo de ayer fue demasiado


Tengo por costumbre no tratar de temas de actualidad en este blog. Por lo menos, no tratar de temas de actualidad que tengan menos de dos siglos y medio. Pero ayer aparecieron las imágenes que decían ser del recientemente asesinado sacerdote sirio Francois Murad.


Después se ha sabido que, en realidad, la persona que aparece en el vídeo siendo asesinado no es ese sacerdote. El Padre Murad murió por disparos, a la persona del vídeo le cortan (literalmente) la cabeza.

El asesinato de ese desconocido fue grabado por varios móviles de los musulmanes allí presentes. El video es tan estremecedor que, desde el principio, lo comencé a ver con la clara intención de detenerlo cuando el asesino se acercase con el cuchillo. Y así lo hice.


No pongo aquí el link del video, como tampoco el vídeo de la profanación de un cementerio cristiano en Libia la semana pasada, porque son imágenes que llevan al odio. Y debemos evitar el odio.


Pero sea cristiano o no el pobre hombre al que se le asesina de un modo tan espantoso, lo que sí que es cierto es que el vídeo era impresionante. Os ahorro los detalles, porque no quiero herir vuestra imaginación. E insisto en que no vi el momento del asesinato. Cómo la gente estaba en torno tan tranquila, grabando con sus móviles. Cómo los asesinos, pudiéndolo matar de otras maneras, habían escogido una de las más dolorosas y terribles.


No, no era éste el futuro que yo había imaginado para el mundo cuando yo era un adolescente. Cuando el fanatismo musulmán es una enfermedad que sigue creciendo año tras año en el mundo. Cuando buena parte de los países árabes han caído bajo el yugo de la sharía y las últimas dictaduras árabes que resisten difícilmente no acabarán en ella. Cuando millones de personas en Latinoamérica viven bajo regímenes bolivarianos. Cuando la economía numero 1 del mundo es una férrea dictadura que oprime a sus ciudadanos como se hacía en las fábricas inglesas del siglo XIX. Cuando la criminalidad está creciendo en Latinoamérica de un modo desconcertante. Cuando una oligarquia ha secuestrado la democracia rusa. Cuando la hostilidad a la Iglesia crece año tras año en una Europa cada vez más pobre. Cuando la crisis económica de Occidente parece que va a durar toda una generación. Entonces, sí, llega el momento de ponernos en las manos de Dios. De recordar que no estamos abandonados bajo un destino ciego. Sino que hay en alto un Padre que tiene poder infinito.


Queda claro que nuestro mundo no requiere de reformas, sino de una completa reestructuración. Sólo Dios puede hacer tal cosa. Pero la copa de la iniquidad tiene que llenarse más, mucho más. Sólo entonces Dios actuará, y lo hará de un modo grandioso y soberano.



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