La fe inmutable


Pablo VI es un verdadero maestro, con diagnósticos muy precisos, una palabra consoladora y una línea clara.


En momentos de confusión donde todo se quería cambiar, la misma fe, en lugar de intentar ser explicada con lenguaje inteligible, era cambiada en su forma y en su contenido.



La renovación de la Iglesia no es demolición, ni su puesta al día es una revolución o mutación. La fe es inmutable, fijada en dogmas o formulaciones claras y precisas de la fe; pero el lenguaje que ha de explicarla, la teología, la catequesis y la predicación, es el que debe buscar una mayor claridad para los hombres de cada cultura y generación.


Todos deberíamos entender lo mismo al escuchar o decir palabras tales como "resurrección", "eucaristía", "redención", "sacrificio"... pero el efecto demoledor que padecemos es que la explicación renovada llegó a sustituir la verdad de la fe transformando su sustancia. Cada cual hoy cree cosas distintas, por ejemplo, sobre la "resurrección". ¿Ha cambiado la fe? La fe es la misma. ¿Qué ha pasado? Una mutación que no se puede ni sostener ni defender.


Es tiempo de pasar de la confusión y de relativismo a lo nuclear y cierto de la fe católica.


"Os plantearemos una pregunta: ¿habéis comprendido el sentido del nombre simbólico de Pedro dado por Jesús a su principal discípulo, Simón, hijo de Jonás: “tu eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia” (Mt 16,18), es decir la sociedad de aquellos que creen en mí y se congregan en mi nombre en torno a ti y de la que tú eres el fundamento? La idea que Jesús quería expresar es muy clara siendo extremadamente compleja y profunda para quien la quiera reflexionar: es la idea de la solidez, de la fijación, de la permanencia, Nos diremos incluso de la inmovilidad. Simón, hijo de Jonás, era un hombre bueno, pero –según lo que conocemos de él- entusiasta, cambiante, generoso y tímido. Al darle el título, el don, el carisma de la fuerza, de la solidez, de la resistencia, de la constancia, que son las cualidades de la piedra, de la roca, Jesús asociaba el mensaje de su palabra a la fuerza nueva y prodigiosa de este apóstol, el cual debía tener –él y sus legítimos sucesores- la misión de testimoniar, con una certeza sin igual, este mensaje que llamamos el Evangelio.


¿El tiempo puede engendrar, luego destruir, la verdad?

Pensadlo: Nos encontramos aquí sobre la tumba de Simón convertido en Pedro. Experimentamos la verdad de la palabra de Jesús: aquí está esta piedra (imagen derivada de la piedra angular, centro, fundamento, fuerza de todo el cristianismo, y que es Cristo mismo); y esta piedra también es firme, sólida, segura. Es éste un maravilloso prodigio histórico, psicológico, teológico: es la prueba –que podemos llamar experimental- de la realidad de otra palabra profética y solemne de Jesús: “Cielo y tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán” (Mt 24,35). Y, bajo un aspecto pedagógico e ideológico, esta realidad singular revista una importancia completamente especial, para vosotros queridos hijos, estudiantes o investigadores, que por función os esforzáis en sacar a la luz la verdad.


¿Qué es el estudio sino la búsqueda de una verdad grande, bella, maravillosa? Pero ¿qué os dice sobre este punto el espíritu moderno y qué entiende de él el espíritu científico? Os dice que la verdad ni es inmóvil, ni definitiva, ni segura; hasta tal punto que hoy los estudios se definen como una búsqueda de la verdad más que como una posesión y una conquista de la verdad. En efecto, todo cambia, todo progresa, todo se transforma. El pensamiento humano está caracterizado por su movimiento, por su proceso histórico, por lo que se llama el historicismo erigido en sistema, llegando incluso a hacer del tiempo el elemento que engendra y luego devora las verdades, a medida que la escuela las enseña. La “cronolatría” domina la cultura, y el resultado es que ya no hay nada cierto, nada estable, nada que sea digno de ser aceptado y creído como valor en el cual se pueda confiar para dar una orientación y un sentido a la vida.



¿El “aggiornamento” consiste en alterar la doctrina tradicional?


Este fenómeno invade igualmente a la religión, que muchos querrían someter a una revisión radical, intentando despojarla de los dogmas, es decir de las enseñanzas que parecen superadas por el progreso científico y son incomprensibles al pensamiento moderno. Cuando se intenta dar a la religión católica una expresión más conforme al lenguaje actual y a la mentalidad corriente, es decir, poner al día la enseñanza de la religión, es desgraciadamente frecuente que afecte a su realidad íntima. Se quiere hacer la enseñanza de la religión “comprensible”. Para hacerlo, se cambian primero las fórmulas que la Iglesia docente la ha revestido y con las que las ha, por así decir, precintado, para permitirle atravesar los siglos permaneciendo ella mima. Y después, enseguida, se altera el contenido mismo de la doctrina tradicional al someterla a la ley dominante del historicismo transformador. Entonces la palabra de Cristo no es ya la verdad inmutable, siempre idéntica y semejante a sí misma, siempre viva, luminosa, fecunda, incluso si a menudo sobrepasa nuestra comprensión racional; se reduce a una verdad parcial, como las otras, que el espíritu mide y modela según sus propios límites, estando dispuestos siempre a darle otra expresión, a la generación siguiente, según un libre examen que le quita toda objetividad y toda autoridad trascendente.


Éste no era el pensamiento de Juan XXIII al convocar el Concilio


Se objetará que el Concilio ha iniciado y autorizado esta forma de tratar la enseñanza tradicional. ¡Nada más falso! Recordemos las palabras de Juan XXIII, Nuestro venerado Predecesor, el “inventor”, si se puede expresar así, de este “aggiornamento” en nombre del cual se atreve a infligir al dogma católico interpretaciones peligrosas y a veces arriesgadas. En su célebre discurso de apertura del II Concilio Ecuménico del Vaticano, el Papa Juan proclamó que éste debía reafirmar toda la doctrina católica, “sin quitar nada de ella”, si bien debe buscar la mejor forma –y correspondiendo mejor a la madurez de los estudios modernos- de dar a esta doctrina una expresión moderna más adecuada y más profunda (cf. AAS 1963, 791-792). De manera que la fidelidad al Concilio nos anima, por una parte a un estudio nuevo y atento de las verdades de la fe, y por otra parte nos conduce al testimonio sin equívocos, permanente y consolador de Pedro, del que Jesús quiso que la voz infalible garantice en el seno de la Iglesia la estabilidad de la fe, así como para desafiar la inconstancia arbitraria y la usura del tiempo.


Por eso, queridos hijos e hijas, que venís a depositar sobre la tumba del inquebrantable Pedro el acto confiado y filial de vuestra adhesión a la verdadera fe católica, sentid, al mismo tiempo, la fuerza que emana de su estabilidad y que sostiene, en nuestro siglo igualmente, la vitalidad siempre fecunda y gozosa de la palabra de Cristo".


(Pablo VI, Audiencia general, 3-abril-1968).



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