Insisto, cuando habla de “corriente de corrupción” el Papa Francisco sabe bien a qué se refiere. Lo demuestran los últimos acontecimientos. Ya está más que claro: el problema en el “banco del Vaticano", el Instituto para las Obras de Religión (IOR), no está relacionado sólo con algunas “manzanas podridas” o con un simple asunto de mala imagen, que se soluciona con un par de entrevistas convincentes a grandes periódicos. Estamos ante un sistema operativo demasiado vulnerable a la infiltración de dinero de dudosa procedencia, una estructura que puede ser manipulada con la complicidad de quienes deberían velar por su transparencia. Eso debe cambiar y Jorge Mario Bergoglio lo sabe.
El escándalo de Nunzio Scarano es -por desgracia- un episodio de una lista para nada secundaria. Antes de “monseñor 500 euros” existió “don bancomat” o el “padre cajero automático", como se le conocía al famoso sacerdote Evaldo Biasini, el cual guardaba dinero para empresarios que terminaron en medio de una investigación judicial. También existió el abogado Michele Briamonte, el consultor del IOR que hace unas semanas fue detenido por la Guardia de Finanza de Italia en el aeropuerto de Ciampino mientras se aprestaba a embarcar junto con monseñor Roberto Lucchini, ayudante del todavía “número dos” del Vaticano, el secretario de Estado Tarcisio Bertone.
Los agentes querían revisar las maletas de ambos, pero ellos exhibieron pasaportes de la Santa Sede y evitaron el cateo. El episodio desencadenó un caso diplomático y dejó a más de uno con la pregunta en la boca: ¿por qué un laico, consultor y abogado tiene un documento oficial del Estado pontificio? Sobre todo porque Briamonte parece estar vinculado con la quiebra -evitada al último momento con dinero del erario italiano- del Monte dei Paschi di Siena, la banca más antigua de Europa que está regida por una cooperativa en la cual tiene una participación activa la arquidiócesis de esa ciudad, la toscana Siena.
Y antes existió Donato De Bonis, el ex prelado del IOR que en los años 90 (según consigna el archivo Dardozzi) construyó una extendida red de cuentas fantasma que resultaban a nombre de varias fundaciones caritativas inexistentes y las cuales habrían permitido el lavado de cuantiosos capitales. Pero, sobre todo, antes de todos ellos existió en inefable Paul Marcinkus, el prelado estadounidense que acuñó la famosa frase “la Iglesia no subsiste con las Ave Marías". Durante su gestión tuvo lugar el crack del Banco Ambrosiano, en el cual el Instituto vaticano había invertido y que, de acuerdo a las crónicas, dejó descubierto provocando su inexorable caída.
Por lo tanto el affaire Scarano no es algo nuevo. Es una historia ya vista, demasiadas veces. Aunque para el común de los mortales todavía es chocante que un clérigo empleado de la Administración del Patrimonio de la Sede Apostólica (que trabajaba, más bien, porque fue suspendido de su puesto a fines de mayo) vaya por ahí regodeándose en el sobrenombre de “monseñor 500 euros". Resulta repugnante saber que quien se presenta como “hombre de Dios” en realidad confabula con ex espías y corredores de bolsa para importar ilegalmente a Italia unos 20 millones de euros. Y que, casi cándidamente, a cada millón lo llama “libro".
Molesta de verdad saber de sus tropelías. De cómo compró decenas de cheques con el objetivo de blanquear capitales. Que con ese dinero “limpio” haya invertido en bienes raíces en el sur del país. Y que todo lo hizo apelando a sus contactos en El Vaticano, sabiendo que podía gozar de la protección y de la amistad de cardenales, obispos y funcionarios de la Santa Sede. Como los propios Paolo Cipriani y Massimo Tullio. Respectivamente director y vicedirector del IOR. Los mismos que renunciaron sorpresivamente a sus puestos el lunes por la noche.
De acuerdo con el comunicado oficial lo hicieron “en el mejor interés del Instituto y la Santa Sede". Pero -más adelante- la nota vaticana dejó claras las cosas: “Si bien estamos agradecidos por los resultados obtenidos, hoy es claro que tenemos necesidad de una nueva dirección para acelerar el ritmo de este proceso de transformación". Es decir: Cipriani y Tullio no son parte del futuro sino, más bien, del pasado. De un pasado sucio. Aunque ellos mismos quisieron convencer en diversos foros que, en la institución a su cargo, todo era limpió como un cristal reluciente.
Así quisieron presentarle las cosas al anterior presidente del Consejo de Superintendencia del IOR, Ettore Gotti Tedeschi. Quien cayó en desgracia al pelearse con el secretario de Estado Bertone y fue despedido de manera fulminante. El director y el vicedirector sostuvieron esa pretendida transparencia a mitad de 2012 durante dos exclusivos encuentros a puerta cerrada con diplomáticos y periodistas, a quienes explicaron su versión de las cosas. En la reunión con la prensa, en la cual estuvo presente quien esto escribe, ellos juraron y perjuraron que el sistema de control interno era tan inviolable que en el “banco del vaticano” prácticamente nadie podía realizar operaciones chuecas.
Mientras esto ocurría Scarano seguía sus locas maniobras por aquí y por allá, sosteniendo contar con la base segura del mismo IOR, ese que supuestamente era impenetrable.
En esa estrategia de maquillaje estaban Cipriani y Tullio cuando renunció Benedicto XVI. Pero escasos días antes de presentar su dimisión designó como nuevo presidente del Consejo de Superintendencia a Ernst von Freyberg. El empresario alemán inició su labor con toda la buena voluntad y lo primero que hizo fue tragarse todita la versión de los directivos. Tanto que en diversas entrevistas con grandes medios llegó a decir que hacía un “excelente equipo” con ellos. E incluso repitió, con todas las letras, su lema de batalla: “el IOR sólo tiene un problema de reputación".
Pero el Papa Francisco no estaba al tanto de esta incursión mediática, a la postre totalmente desafortunada. Porque dejó a von Freyberg pegado públicamente cuando, después de unos días, la realidad quedó al descubierto. Si se comprueban la interceptaciones telefónicas que analiza en estos días la magistratura de Roma, Scarano sería mucho más que un simple empleado de segundo nivel. Y si pudo manejar fondos millonarios a través de sus dos cuentas en el IOR, pudo ser sólo por dos motivos: o contaba con el apoyo de los directivos o estos se hicieron de la vista gorda. En ambos casos era inevitable que rodaran las cabezas de quienes controlaban la situación, a saber los multicitados Cipriani y Tullio.
Toda esta historia ha terminado por reforzar sensiblemente la voluntad del Papa Francisco de ir a fondo y reformar el “banco vaticano". Una voluntad que ya parece una “terapia", porque a grandes males, grandes remedios. Una voluntad que quedó ya manifestada en el nombramiento de una comisión investigadora el 26 de junio pasado. Los “cinco notables", entre ellos los cardenales Rafaele Farina y Jean-Louis Taurán, tienen carta blanca para investigar a fondo y deberán responder a una pregunta clave: “¿Es realmente necesario que exista el IOR?". Su misión no tiene límite de tiempo y al final de su trabajo entregarán todos sus documentos al mismo pontífice. Tocará a él y sólo a él la última palabra.
Publicar un comentario