Todo lo creado es bueno, porque salió de las manos del Dios bueno, Creador y providente.
Y todo lo creado, que es bueno, ni se pierde ni se destruye, sino que redime en el orden nuevo inaugurado por la Pascua del Señor.
Son radicales, y esperanzadoras, las palabras bíblicas que hablan de "cielos nuevos y tierra nueva". Dios no destruye nada de lo que ha creado, sino que lo salva y redime.
"Los supuestos antropológicos y cristológicos de la nueva creación... postulan una identidad básica entre nuestro mundo y los cielos y tierra nuevos. El hombre, en efecto, es solidario de este mundo, no de otro; Cristo es creador, salvador y cabeza de este mundo, no de otro. Su humanidad gloriosa, principio renovador de toda la materia, está (incluso biológicamente) emparentada con este mundo, no con otro" (RUIZ DE LA PEÑA, J.L., La Pascua de la creación. Escatología, BAC Sapientia fidei 16, Madrid 1998, 2ª ed., p. 188).
Este principio lo vemos sobradamente cumplido enla resurrección del Señor. Su cuerpo, su carne, materia creada, no es destruida, sino que esta materia es la primera en ser transformada como germen de transformación del mundo y del universo. En la carne glorificada de Cristo vemos las posibilidades reales de la nueva creación.
La creación mira, apunta, espera, desea, la escatología, el fin último de su ser con la venida gloriosa del Señor que todo lo renovará.
"Por disposición divina, el misterio entendido así -el misterio efectuado como revelación y realidad salvífica- está ordenado a una ulterior revelación, a la predicación, y a una eficiencia ulterior, es decir, a ser realizado, hasta que llegue a ser plenitud escatológica. Se había advertido, finalmente, que el misterio configurado así abarca toda la obra de Dios: creación, redención y consumación escatológica" (SCHULTE, R., Los sacramentos de la Iglesia como desmembración del sacramento radical, en: AA.VV., Mysterium salutis, tomo IV/2, Madrid 1984, 2ª ed., p. 121).
Un ejemplo, para nosotros ahora cotidiano, de esta transformación de la materia creada, es el sacramento de la Eucaristía. El pan y el vino, materia creadas, reciben por el Espíritu Santo, la plenitud de su ser, transformándose en el Cuerpo y Sangre del Resucitado. Es una mutación que no destruye la materia, sino que la transforma en Cristo.
"Cuando se lleva hasta el fondo el problema acerca del poseedor y sujeto último de una cosa, se encuentra uno con el problema de la subsistencia. La mutación eucarística se basa en que los dones del sacrificio no se pertenecen ya a sí mismos, sino que pasan a ser totalmente propio del Logos y tienen en él su subsistencia" (BETZ, J., La Eucaristía, misterio central, en: AA.VV., Mysterium salutis, tomo IV/2, Madrid 1984, 2ª ed., p. 299).
En la Eucaristía, misterio admirable, se pueden considerar entonces la verdad y el sentido de la nueva creación, porque ambos, materia y nueva creación, confluyen en la transformación eucarística.
"La eucaristía tiene en cuenta también nuestra implicación en el mundo, nuestro ser y vivir con las cosas. Acoge en la salvación al mundo y a las cosas. Elementos materiales de primera necesidad se convierten en signos manifestativos de Cristo, en medios de salvación. Experimentan una transfiguración y permiten reconocer que la redención entera consiste no en una extinción, sino en una glorificación del mundo" (Id., p. 308).
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