He seguido leyendo el libro del que hablé ayer, The making of the French Episcopate, 1589-1661. ¡Menuda selva de derechos, privilegios e indultos para todas las cuestiones de nombramientos episcopales!
Por ejemplo, si un obispo francés moría en Roma o cerca de Roma, el Papa podía proveer de obispo a su diócesis directamente, escapando al patronato regio. Puede parecer una cuestión marginal, pero los Papas se aferraron a esta cláusula tenazmente cada vez que tuvo lugar un suceso así. En una negociación entre el papado y el rey galo, cualquier cesión que llevara a un acuerdo era usada después como precedente.
El resultado de que la corona y la aristocracia metieran sus manos en algo tan sagrado como los nombramientos episcopales fue desastroso.
Un solo ejemplo, en 1626 el obispo de la sede Noyon estaba deseoso de retirarse ¡porque alegaba que los daños de la guerra habían sido tantos que la diócesis ya no era capaz de sostener su dignité episcopale!
Un obispo que quiere dejar su diócesis ¡por esa razón! ¿Pero cómo los tradicionalistas de cuño visionario (no los lefevrianos, que sobre esto son más sensatos) pueden pensar que el episcopado actual es el peor de la Historia o, al menos, en muchos siglos? Increíble. Se entiende esa mentalidad si el único conocimiento de la única es a través de las películas.
Ya he comprobado muchas veces que el ultratradicionalismo (uso esa palabra para distinguirlo de los lefevrianos) tiene más que ver con la mitología eclesial que con un conocimiento profundo de la historia de la iglesia. A los que injurian al Papa Francisco, les haría vivir seis meses bajo la autoridad de esos obispos aristócratas y regresarían al tiempo actual amando al Papa, a los obispos de nuestro tiempo y a la Iglesia real.
A todos esos les recomiendo que escuchen a monseñor Fellay: es la versión más razonable de lo irrazonable.



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