Nos movemos, la gente se mueve, entre la más absoluta papolatría según la cual todo lo que dice el papa es la Palabra de Dios y el desprecio a la figura del pontífice convirtiéndolo en uno más dentro de la Iglesia, cuando no un sospechoso de un antievangélico vivir.
Cambian las tornas. Los más relativistas de papados anteriores hoy son francisquitas y papistas más que nadie. A su vez, se acusa a los grandes defensores de los pontificados de Juan Pablo II y Benedicto XVI de ir hoy contra Francisco. Mal asunto en uno y otro caso, porque no se trata de si soy de Francisco, de Benedicto, de Juan Pablo, de Pablo, de Juan, de Pío, de Leon… sino de comprender qué es la figura del papa y cuál su misión.
La primera lectura y el evangelio, como casi siempre, vienen a coincidir. Alguien es investido de total poder con el signo de la entrega de las llaves. Es Jesús el que directamente entrega las llaves de la Iglesia a Pedro anunciando de forma explícita que su misión es mucho más que una mera coordinación terrena: lo que ate en la tierra quedará atado en el cielo, y al revés.
La Iglesia siempre ha interpretado estas palabras de la misma forma: Pedro, y sus sucesores, los pontífices, reciben del mismo Cristo autoridad. Son constituidos piedra firme, roca firme sobre la cual se edifica la Iglesia, roca firme, fortaleza, baluarte frente al cual nada podrá hacer el maligno.
La clave para ser elegido Pedro está en su confesión de fe: cuando los discípulos no se atreven a confesar la fe en el Cristo, Pedro se lanza sin dudarlo: Tú eres el Mesías, el hijo de Dios vivo. Por eso es elegido, no por simpático o adusto, no por inteligente o más rudo, no por más o menos estratega. Esa es la clave de Pedro y de sus sucesores y eso es lo que se pide hoy al pontífice: que sea hombre de fe en el Cristo, en el Hijo de Dios vivo, y que sea la roca firme desde esa fe en Jesucristo. Roca firme, fe contundente, garantía de fidelidad al Maestro. Eso es lo que pedimos, necesitamos, y eso es por lo que rezamos por el papa: que sea la roca firme que defienda la fe, la proclame y la anuncie a todos los pueblos.
Es verdad que hay veces en que los católicos nos hemos sentido confundidos a lo largo de la historia por pontífices que, como diría Benedicto XVI, probablemente el Espíritu santo no los habría elegido. Pero esto no es motivo para desanimarnos ni desesperarnos. Los caminos de Dios no son los nuestros, Él escribe a más largo plazo y quien sabe si lo que a nosotros, en un determinado momento, nos parece un error, para Dios es lo que se necesita en un momento determinado pensando en el devenir de la historia toda.
No tenemos miedo. Pedimos al papa fortaleza en la fe, fidelidad a la doctrina recibida, que nos estimule en el camino de la fidelidad y el anuncio del evangelio, pidiendo una vez más, como repetimos en el salmo, que el señor no nos abandone nunca, ya que su misericordia es eterna.
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