A los jóvenes se les hace un gran bien hablándoles de estas realidades con toda la amable claridad del mundo: es el único camino para que lleguen a vivir la sexualidad con verdadero amor…
En el Documento preparatorio para el próximo Sínodo en el que los obispos y demás participantes en la asamblea van a dirigir su atención especialmente al “mundo de los jóvenes en su discernimiento vocacional”, se incluye este párrafo:
“Por las razones ya recordadas, merece una mención particular el mundo de los new media, que sobre todo para las jóvenes generaciones se ha convertido realmente en un lugar de vida; ofrece muchas oportunidades inéditas, especialmente en lo que se refiere al acceso a la información y a la construcción de relaciones a distancia, pero también presenta riesgos (por ejemplo, el ciberacoso, los juegos de azar, la pornografía, las insidias de los chat room, la manipulación ideológica, etc.). Pese a las muchas diferencias entre las distintas regiones, la comunidad cristiana continúa construyendo su presencia en ese nuevo areópago, donde los jóvenes tienen sin duda algo que enseñarle”.
A lo largo del Documento se anima a los jóvenes a preocuparse de influir en la sociedad para que el ejemplo de su vivir cristiano consiga eliminar la violencia, vivir en paz y en solidaridad con todos, etc. Este es el único párrafo en el que se hace alguna referencia al “mundo de la sexualidad” de los jóvenes, aunque de una forma muy colateral, y sencillamente haciendo referencia al riesgo de la pornografía. ¿Solo riesgo?
En esta materia me parece que los jóvenes −y también los no tan jóvenes− necesitan palabras claras y netas, que les orienten en el mundo que viven. Están invadidos por una propaganda, y sometidos a unas presiones sociales, que dan la impresión de indicarles que van a encontrar la “felicidad” dando rienda suelta, y de cualquier manera, a todo instinto sexual que comience a florecer en su cuerpo, en su imaginación.
Médicos, psicólogos, psiquiatras, maestros, etc. etc., son bien conscientes del deterioro que provoca en la adolescencia, en la juventud, y también en la madurez, el dejarse envolver en “experiencias sexuales” de cualquier tipo.
La Iglesia ha dado desde sus inicios una gran batalla para orientar a los hombres a descubrir el don de la sexualidad tal como Dios la ha querido al crear el mundo. Y el papa Francisco lo ha recordado claramente en los nn. 280-286, de la Amoris Laetitiae, donde entre otras cosas recuerda hasta la necesidad de cuidar el pudor: “Una educación sexual que cuide un sano pudor, tiene un valor inmenso, aunque hoy algunos consideren que es una cuestión de otras épocas”, y añade: “El pudor es una defensa natural de la persona que resguarda su interioridad y evita ser convertida en un puro objeto” (n. 282).
Los primeros cristianos eran conocidos, entre otras cosas, por “vivir la fidelidad matrimonial; por no matar a los niños en el seno materno; y por rechazar la práctica de la “fornicación” (unión sexual fuera del matrimonio); como les había recomendado explícitamente el primer Concilio de la historia: el Concilio de Jerusalén.
También san Pablo lo había recordado con toda claridad posible: “¿No sabéis que los injustos no poseerán el reino de Dios? No os engañéis, ni los fornicarios, ni los idólatras, ni los adúlteros, ni los afeminados, ni los sodomitas,... poseerán el reino de Dios” (1 Cor 6, 9).
A los jóvenes se les hace un gran bien hablándoles de estas realidades con toda la amable claridad del mundo: es el único camino para que lleguen a vivir la sexualidad con verdadero amor, en la donación total de la persona en el matrimonio.
En una reunión en Turín, un universitario preguntó a Juan Pablo II: “Según Ud., ¿qué significa, para nosotros jóvenes, amar?”
Y respondió: “He querido unir esta pregunta a otras en las que habláis de vuestra preocupación y desconcierto por el ambiente de “hedonismo exasperado”, la “pornografía tan extendida”, la “mentalidad permisiva” que llevan fatalmente a olvidar valores más altos e indispensables”. Y siguió: “Estoy de acuerdo con vosotros. Amar auténticamente, como cristianos, significa hoy ir contra corriente, ser hombres hechos y derechos que llaman al mal mal y al bien bien, y con valentía luchan contra la moda de afirmar que es lo mismo amar que vivir el sexo. Si queréis vivir el estilo de amor de Cristo, prepararos para aprender a saber sufrir con Él, en Su compañía”.
Y les aclara que amar como cristiano no es sólo defenderse de las tentaciones, y renunciar a placeres obsesivos: “Amar como cristianos os llevará a enamoraros con toda el alma, haciendo referencia a Dios, y aceptando dar vuestra vida como una donación total, no buscando una simple posesión egoísta. Amando así, tendréis la inteligencia y la cultura del amor, y veréis y gozaréis viviendo las exigencias de donaros vosotros mismos, cuerpo y alma, en cosas muy concretas, en el matrimonio, en el celibato”.
Y hablando a jóvenes holandeses en 1985, un viaje particularmente difícil para Juan Pablo II, comentó que se turbaba cuando se encontraba con jóvenes incapaces de amar verdaderamente, que reducían todo el sentido de “amar” a un intercambio de placeres entre iguales, que no veían en la sexualidad una llamada, una invitación a un amor más alto y universal.
Recordando a esos jóvenes los prejuicios y las sospechas que tenían sobre la Iglesia; y que querían que fuera más permisiva también en estas cuestiones sexuales, les rogó que le dejasen ser muy franco, y les recordó las palabras tan claras y firmes de Cristo en el Evangelio sobre la sexualidad, al defender la indisolubilidad del matrimonio (cf. Mt 19, 3-9), y su firmeza condenando el adulterio de corazón (cf. Mt 5, 27-28); y les preguntó: “¿Es realista imaginar un Cristo ‘permisivo’ en el campo de la vida matrimonial, en el hecho del aborto, en las relaciones sexuales prematrimoniales, extra-matrimoniales, homosexuales?”
Y añadió, que tampoco había sido permisiva la primera comunidad cristiana, que había aprendido directamente de los Apóstoles y de los discípulos que habían conocido personalmente al Señor.
Confiemos que el Sínodo entre de lleno también en esta cuestión, y no se limite a una recomendación genérica diciendo a los jóvenes que han de vivir la “castidad”. Por desgracia, para muchos de ellos esta palabra no tiene ningún sentido.
Ernesto Juliá, en religionconfidencial.com.
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