Lo de la libertad de expresión ya saben ustedes que es una cosa según la cual los míos pueden decir lo que quieran hasta ciscarse en lo más santo, pero los contrarios no tienen derecho ni a agua.
Por ejemplo, los cardenales Caffarra, Brandmüller, Burke y Meisner (q.e.p.d.) no tienen derecho a la libertad de expresión. ¿Su delito? Dirigirse al santo padre, ejerciendo su oficio de consejeros, con una carta firmada y sellada, pidiendo aclaraciones a algunos puntos de Amoris Laetitia. Se les ha dicho de todo y acusado de todo, como por ejemplo hablar mal del santo padres, llevarle la contraria, ir abiertamente contra Francisco.
Está claro. La libertad de expresión consiste en la libertad de poder decir exactamente lo que conviene que se diga. Esta libertad de expresión es la misma que existe hoy en Cuba y en Corea del Norte. Usted puede decir todo lo que quiera a favor nuestro, pero si lleva la contraria en algo, o se atreve a pedir explicaciones, ya no será alguien que opina libremente, sino un traidor a la causa.
Esto ocurre hoy en la Iglesia. Como discrepes de lo políticamente correcto, entonces eres traidor, réprobo, falso, anti Francisco y, evidentemente, infocatólico.
Sin embargo, te está plenamente consentido, si no alentado, y ahora me explico, que te cisques en lo más básico de la doctrina católica, porque eso es ejercicio de la libertad de cátedra, apertura conciliar, nueva misericordia, opción por las periferias y teología en salida.
Leo hoy la última chorrada de José María Castillo. Afortunadamente nos hace un resumen de su pensamiento teológico: no existe el pecado original, no existe el pecado personal y no existe el infierno. Como es natural, en su página de cabecera, Religión Digital.
Es decir, Castillo se cisca en todo lo que se menea, se carga la fe de la Iglesia, y lo hace en Religión Digital, página que apoyan numerosos obispos y cardenales, y que se financia gracias a señeras instituciones católicas. No pasa nada. Es libertad de expresión y pluralismo teológico.
Sin embargo, en esta misma página se han puesto de vuelta y media a la menor ocasión a los cuatro cardenales de las dubia.
Mi conclusión es triste pero irrebatible. Numerosos obispos y cardenales están felizmente de acuerdo con la libertad de expresión de José María Castillo ciscándose en la doctrina que se supone deben defender, y esos mismos obispos y cardenales están felizmente de acuerdo con que desde Religión Digital se sacuda a los de la dubia porque según ellos preguntar es ir en contra del papa Francisco.
Y ahora cuando te digan de expresarte en la iglesia con toda libertad, vas y te lo crees.
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