Homilía para el Cuarto Domingo de Pascua (A)
En este Evangelio, Jesús mezcla las imágenes de una manera que para nosotros es un poco desconcertante. Se compara con “la puerta” y con el “pastor” – imágenes ambas que son en realidad complementarias. No nos encontramos aquí con una enseñanza bien estructurada, conforme a nuestra lógica occidental:punto primero, punto segundo, punto tercero…, sino que tenemos una serie de imágenes, cada una de las cuales lleva consigo un mensaje. De ahí que sea importante prestar una atención particular a cada elemento de esta narración, sin tratar de ver su ligazón lógica con los demás elementos.
Y, sobre todo, es importante que no caigamos en una lectura moralizante, de este texto, tratando de ver en el mismo en qué consiste la actitud de una buena oveja. Lo que aquí interesa a Jesús es el describir quién es un buen pastor, y esta enseñanza se dirige a quienquiera que tenga una responsabilidad, sobre el pueblo, bien sea esta responsabilidad de orden religioso, o de orden político.
Con toda claridad se nos presenta Jesús como la puerta por la que es preciso que pase quien desee ser pastor, y compara los Fariseos con los ladrones y los bandidos, que en lugar de pasar por la puerta saltan por la valla del corral. El bandido viene para robar, degollar y destruir; es normal que las ovejas huyan ante él. En cambio, Jesús, describe su propia misión como una misión de vida: He venido para que tengan vida y la tengan en abundancia. Cuanto no se halla en la línea de la vida, y de la vida en plenitud, no se halla en la línea de Cristo. Puede muy bien entenderse por ello por qué a lo largo de la historia, en especial, por estar más en los medios, los últimos Papas, y entre ellos, hoy Francisco, Vicario del Pastor Supremo, no cesan, de pedir el fin de la guerra, de conflictos, de cualquier muerte y destrucción. Quien entra en el aprisco por la valla, para destruir, no viene en manera alguna de Cristo. Las ovejas no reconocen su voz más que para escapar.
El pastor, tal cual nos lo describe Jesús, no viene para actuar como amo en el seno del aprisco. Todo lo contrario, da la impresión de que ni siquiera entra en el mismo. Si se hace abrir la puerta por el portero (que sin duda alguna es el Padre), es para llamar a las ovejas a que salgan. El aprisco del que Jesús nos habla, es el Pueblo de Israel, tan dado, a lo largo del Antiguo Testamento, a replegarse sobre sí mismo. Jesús viene para llamar a sus ovejas, a cada una por su nombre, a abandonar esa cerrazón para que le siga por los caminos de su ministerio. Tiene otras ovejas, que no son de este aprisco, es decir que proceden de las naciones paganas. También a éstas las llama; y todas formarán un único rebaño. A este rebaño no se le llama para que entre en el aprisco, sino para que siga a Jesús en su misión universal, a través del desierto de la humanidad.
En el curso de esta expedición apostólica en pos de Jesús, es inevitable que de vez en cuando se extravíe alguna oveja. Si una de ellas, de mayor coraje y más ávida de aventura, se extravía (por ejemplo en sus investigaciones teológicas o en sus iniciativas pastorales), ¿qué es lo que hace el Buen Pastor del que Jesús nos habla? No la condena, no la excomulga (como primera medida, esto dependerá de la apertura o cerrazón de esta oveja), no la encierra en el aprisco (hoy no se podría), si no que la carga afectuosamente sobre sus espaldas hacia el rebaño que va en marcha por el desierto.
Es bastante fácil de entender en qué sentido es Pastor Jesús. ¿En qué sentido es asimismo puerta? En efecto, Jesús lo dice con toda claridad:“Yo soy la puerta”.Es la puerta porque en el muro de la miseria humana, ha introducido aberturas. Ha venido a los suyos y los suyos no lo han reconocido. Le han levantado un muro. En ese muro sus llagas han abierto vías de paso. Cuando Tomás ha introducido su mano en las llagas de los pies y del costado de Jesús Resucitado, ha reconocido la voz del Maestro y ha exclamado:“Señor mío y Dios mío”. Como dice Pedro en la segunda lectura: “Cristo ha sufrido por vosotros para que sigáis sus pasos… Hemos sido curados por sus heridas. Estabais desencaminados como ovejas, pero habéis vuelto hacia el pastor que vela por vosotros”. Por los agujeros abiertos de sus llagas es, Él, la Puerta.
En sus hermanos sigue sufriendo aun hoy Cristo. Para reconocerlo en nuestros días, nos es preciso introducir nuestras manos en las llagas abiertas de nuestros hermanos que sufren, en las llagas de sus cuerpos, como en los agujeros abiertos que han dejado las bombas y los obuses. Reconozcamos a Cristo sufriente en todas las víctimas de la guerra, de la corrupción, de la delincuencia y abramos plenamente nuestros corazones y nuestros brazos para acogerlos. Y al mismo tiempo pidamos al Buen Pastor que abra los ojos de todos los “pastores”, de las naciones implicadas, a fin de que dejen de enviar sus mensajes destructores por la vía de los bandidos y aprendan a presentarse en la puerta del diálogo, como el Buen Pastor del Evangelio.
Qué María nuestra Madre, rece, con nosotros para que Dios mande muchas vocaciones, para que los ministros del altar, sigan haciendo presente la obra de vida del Buen Pastor.
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