Sobre el tema de Amoris Laetitia está la postura de los “opositores tradicionales”, piensan que el Papa morirá, otro le sucederá y las cosas volverán a su cauce. Piensan que como el Papa no ha dicho nada ex cathedra y en su magisterio no hay ninguna proposición insalvable, todo se podrá reconducir.
No soy muy crítico con estos opositores, pues su postura se basa en una verdadera lógica: verdadera pero no completa. Justo es reconocer que ellos no defienden esta postura por maldad, ni por terquedad, sino en la convicción de que no hay otra posibilidad para ser consecuentes con el magisterio precedente.
Pero defender esta postura tiene sus complicaciones teológicas. Pues supondría que hay encíclicas que aceptamos y otras que no las aceptamos. Supondría defender que hay un magisterio papal al que hay que estar abierto y otro magisterio papal al que hay que cerrarse. No admitiríamos un magisterio papal por razón de otro magisterio papal.
Realmente, en el devenir teológico es difícil hacer como que no hubiera existido Amoris Laetitia porque, nos guste o no nos guste, existe: existe en presente. El magisterio de todas las épocas existe en presente. La voz de Pedro como maestro una vez que ha sido proferida como el maestro que es no puede dejar de existir. Eso vale para la encíclica presente, pero también para las precedentes.
Por eso, la postura teológica más correcta es la compenetración de todos los magisterios papales, los cuales conforman un único magisterio, un único río que fluye y que se enriquece con nuevas aportaciones. Aportaciones que nunca serán contradictorias, aunque puedan parecerlo.
Soy muy consciente de las complejidades de compatibilizar ciertos fragmentos de Veritatis Splendor con Amoris Laetitia. No sería yo honesto si dijera que no hay ningún problema. Ahora bien, en el pasado se han compatibilizado enseñanzas que, a primera vista, parecerían no sólo divergentes, sino contradictorias: la defensa de la verdad de la fe con el ecumenismo, la confesionalidad del Estado con la defensa de la libertad de conciencia y los derechos humanos, incluso la Inquisición con todo un magisterio anti-inquisitorial, por sólo citar algunos puntos.
Hemos compatibilizado los textos de la Carta a los Romanos acerca de la predestinación con el magisterio acerca de la libertad humana. Hemos compatibilizado todos los versículos bíblicos acerca de las imágenes con la veneración cristiana de las imágenes. Podríamos aducir infinidad de textos bíblicos aparentemente contradictorios entre sí. Y todo esta labor se ha hecho de un modo gradual desde el respeto a la verdad, no traicionándola. Algunos de estos puntos citados, en el pasado, parecieron verdaderamente insalvables.
Ahora mismo parece imposible compatibilizar ciertos aspectos de la enseñanza de Juan Pablo II con algunos puntos de la enseñanza del Papa Francisco. Sin duda, el tiempo logrará la síntesis perfecta. Yo tengo mi opinión, que expresé en un opúsculo todavía inédito, porque no he encontrado obispo que conceda el imprimatur o revista teológica que se responsabilice de su publicación.
Yo tengo mi opinión acerca de cuál hubiera debido ser el iter ideal para hacer lo que el Papa Francisco quiere hacer. Mi camino hubiera sido mucho más escolástico, mucho más tradicional. El Papa, en cambio, ha optado por abrir un tiempo eclesial de una cierta indeterminación. Veo claramente los riesgos de emprender ese camino.
En mi opinión, la maduración del mensaje papal conviene que se haga desde la teología, desde la gran teología. Mientras que el camino de abrir la puerta a una constelación de sucesivas tomas de postura por parte de grupos de obispos será casi imposible que no nos aboque a la confrontación.
Es preferible que la aplicación de Amoris Laetitia se lleve a cabo desde el discernimiento y el acompañamiento personal que no que se lleve a cabo a base de declaraciones episcopales normativas. Porque si hay errores teológicos en ese ámbito superior, las consecuencias serán mucho más graves.
Y esos errores fácilmente pueden aparecer, porque la norma parte de la teología: precisamente la norma es materialización de la teología. Y si la teología (coordinadora de ambos magisterios papales) ahora mismo se halla en gestación es difícil que pueda emanar una norma. Una theologia non consummata no puede emanar una norma consummata. Y ni los más optimistas pueden afirmar que se trata de una situación en la que todo está claro. Esto no es una opinión, sino la misma postura oficial de la encíclica. Pues la misma encíclica afirma que no ha querido dar respuesta a todo, porque según ella el magisterio no puede pretender cerrar todas las cuestiones abiertas.
Por eso, desde un punto de vista estrictamente lógico, resulta paradójico que un grupo de obispos afirme poder llegar a dar la norma en una quaestio disputata donde ni siquiera el entero sínodo se atrevió. No lo critico, porque precisamente ésta es una quaestio disputata y caben distintos puntos de vista. Pero, desde un punto de vista meramente lógico, lo repito, constituye una paradoja.
La resolución de los problemas suscitados, en mi opinión, debe hacerse desde la armonización de ambos magisterios papales y no desde la confrontación, con mucha oración por parte de los teólogos y pastores, con mucho diálogo, y con toda la humildad de la que seamos capaces. Ya en el pasado hemos sido capaces (con la ayuda del Cielo) de superar barreras que teológicamente parecían cerrar el paso a toda evolución.
Así que ésta es mi sincera opinión que dije que daría sobre el tema suscitado y acerca del que tantos me han preguntado. El Papa Francisco en la encíclica nos animaba a reflexionar teológicamente con libertad sobre estas cuestiones. Pues estos son mis pensamientos, que creo que he manifestado con cautela y comprensión hacia aquellos que en sus decisiones estoy seguro que no buscan otra cosa que el bien de los hijos de Dios.
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